lunes, 24 de mayo de 2010

La vida y el cáncer.


Por José Manuel Beltrán

Ya, a muy temprana hora de la mañana, se encontraban levantados. Procuraron, en la medida de lo posible, efectuar el mínimo ruido con el que evitar molestias a los vecinos. Las paredes de la casa eran como hojas de papel y así es que, un simple estornudo, era perfectamente escuchado por los vecinos colindantes. Cuando el tono de la conversación se elevaba a niveles, que más bien podían catalogarse de discusión, todo el entorno era partícipe no solo de su desarrollo sino también del desenlace de la misma.

Llevaban más de dos semanas intentando convencerla que aquello no era, lo vulgarmente denominado, la cura bendita. Tomó la decisión, por otro lado obligada pues ya no le quedaban suficientes pastillas para regular su alocada tensión, de visitar al médico. La fortuna se alió con ella. Quien la recibía, con una encantadora sonrisa, no era su habitual ginecólogo –a la sazón más bien antipático, quizás producto de su ya avanzada edad- que permanecía anclado en postulados médicos poco renovados. La mañana era calurosa así que prefirió vestirse con una blusa de seda, de un tono pastel, adecuado como fondo para el bordado de unas rosas que cubrían parte de su pecho izquierdo. La prenda, además de elegante, era de mangas cortas y es así que la doctora, que sustituía por vacaciones al galeno titular, nada más saludarla lo primero que hizo es preguntar por el abultado bulto que casi colgaba de su brazo izquierdo.


- ¡Ah!, ¿esto?- marcando con su dedo tal protuberancia-, inquirió ella. El doctor me ha dicho, repetidas veces, que no me preocupe; que no es nada. Aunque, si le soy sincera, cada vez se hace más grande.
- Pero, ¿no le han mandado a usted hacerse ninguna prueba?- preguntó la doctora.
- Pues no. Es verdad que llevo más de dos meses sin venir a consulta. Vengo cuando ya no me quedan pastillas y necesito, como ahora, otra receta. La verdad es que el doctor siempre me dice lo mismo: que no me preocupe.
- Pues, lo siento, yo no estoy de acuerdo y, ahora, su doctora soy yo. Quiero que le hagan una biopsia de ese bulto urgentemente. Le relleno el volante, que remarco es prioritario, y ahora mismo pide usted la cita en la planta de abajo.

Durante más de una semana tuvo que visitar el hospital en repetidas ocasiones, incluso dos veces en el mismo día. Los resultados no fueron nada halagüeños aunque el diagnóstico final quedaba solamente a expensas de la biopsia. Aún así era concluyente: Cáncer de mama, con varios nódulos que presentaban ramificaciones. La decisión no se hacía esperar y el parte de ingreso para la operación se cumplimentó, de nuevo, con el literal de preferente.

Aún cuando se habían acostado temprano no pudieron conciliar el sueño en toda la noche. El día anterior su única hija, acompañada de su marido, emprendieron viaje para, transcurridos seiscientos kilómetros, poder acompañarla en todo momento. No fue necesario resorte alguno para que, los tres, se encontrasen levantados. El reloj marcaba las cinco y media de la mañana y no pudieron evitar hacer ruido, que a esas horas cualquiera se hace perceptible. La hora de ingreso en el hospital estaba marcada a las siete de la mañana.

Ingresó en el quirófano con suma tranquilidad exterior. Para quienes la conocían, sabían que era una mujer extraordinariamente fuerte en todos los sentidos. Muchos habían sido los problemas por los que había pasado en su vida, algunos de ellos realmente muy delicados, pero siempre sacaba fuerzas de donde otros serían incapaces de hacerlo. Afrontaba los problemas como lo que son: simplemente problemas; pero se negaba a que éstos le pudiesen superar. Su mente, clara, sencilla, a veces tozuda –es cierto- le llevaba a afrontar, siempre de cara, los inconvenientes que, por regla general, ella nunca provocaba. Seguro que esa forma de ser había calado también en su hija. En más de una ocasión sacaba a la luz una frase, casi lapidaria: No entiendo el por qué nos empeñamos en hacer difícil lo que es fácil. Sin embargo, a pesar de toda esa apariencia exterior, nunca podremos saber de verdad los miedos internos por los que caminaba su Yo. Eso es, la verdadera intimidad.

Casi una hora después de su ingreso en quirófano la cirujana salió para informar a su hija. Con extrema sensibilidad y delicadeza explicó que se hacía totalmente necesaria la extirpación total de la mama izquierda pues, una vez abierto, habían encontrado nuevos nódulos malignos. A la finalización de la intervención, dos horas después, el nuevo informe era claramente esperanzador. Todo había salido perfectamente. Se había hecho una gran limpieza aunque sería necesario abordar en los próximos meses unos tratamientos más agresivos.

Fue, muchos años antes, cuando otra importante operación lastró de cuajo todo su aparato reproductor. El impacto psicológico de aquella dura, aunque también impuesta, decisión tardó en ser aceptado. Ya no soy una mujer, decía ella. No es que ahora tenga deseo de tener más hijos pero, si lo tuviese, ya no sería capaz de engendrar vida. Llevaba razón. Aún cuando es necesaria la ayuda del hombre para dar vida –a pesar de las innovadoras técnicas- es, solamente la mujer, la única capaz de dar sentido a esa vida por medio de su propio cuerpo. Es ese un sentido simple y único que posteriormente se completa con otros más terrenales.

Pero, ahora, también se le cercenaba, para ella, otro sentido vital. Después de nacer, sus mamas habían sido el soporte vital de su hija, como lo son las de todas las mujeres. No solo forman parte de tu cuerpo; forman parte de ti, de tu intimidad. De qué forma, si no, se pueden entender en la mujer, sus ovarios y su matriz sin que existan sus mamas; como correa de transmisión de la vida.

Cumplió, a rajatabla, con todos los deberes impuestos por los equipos médicos. Ejercicios gimnásticos de rehabilitación para fortalecer la zona dañada, sesiones de radioterapia o lo que fuese necesario. Su conocida, en ocasiones, tozudez le servía para empeñarse en estos cometidos. Quería seguir disfrutando de esta vida, máxime cuando una especial razón le había sido notificada aún estando en el hospital. Iba a ser, de nuevo, bisabuela. Esta vez lo sería de su única nieta. Un ser que ansiaba recibir en sus brazos y que se desarrollaría refugiado en la matriz de su nieta; amamantado después por sus pechos. La vida no cambia pues así lo hizo ella en su día. Ahora, ya no era posible, pues este es el doble sentido de la vida. A veces, es necesario desprendernos de lo imprescindible con lo que damos vida para….. continuar viviendo.

P.D.- Dedicado a dos incansables luchadoras, ambas, del mismo nombre: Nuria.
Salud, ciudadanos.

13 comentarios:

  1. Gracias por esta entrada.

    Me toca muy directo el tema....
    Debemos seguir, informar y reivindicar.
    un beso
    sonia

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  2. Una entrada preciosa, Ciudadano.
    Porque, está claro que la vida sigue a pesar de los pesares, no?

    Un beso!!

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  3. Tierno y duro a la vez. Me encantó. Un beso.

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  4. Dura entrada, me has hecho recordar a la amiga que a la que le cortaron un pecho y murió, a la que le dediqué aquella entrada tan triste, porque al volver del cementerio no pude reprimir plasmar en mi blog el sentimiento de dolor que traía en mi alma al ver como se había ido de este mundo tan joven, cuando días antes la había visto con tanta vida y tan soriente como siempre estaba.
    Te agradezco esta entrada, porque la protagonista tiene una fuerza como la que tenía mi amiga, pero ella no sobrevivió, porque el cancer se extendió por todo su cuerpo.
    Una dura y buena entrada, ciudadano, te felicito, aunque con tristeza, me has renovado un triste recuerdo.

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  5. Preciosa tu dedicatoria en forma relato, humano, tierno y como siempre, escrito de una forma impecable. Un beso

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  6. Un relato sensible cierto humano..real... describes con una gran certeza las vicisitudes de aquellos que pasan por tal trance...Mi admiración para esas dos nurias por su lucha y a ti por ser un escritor maravilloso...un abrazo...

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  7. Hace unos años ya, me diagnosticaron un cáncer de mama. Durante una semana, lo único en lo que podía pensar, era en VIVIR. No importaba si con un pecho o con ninguno. No voy a describir todo lo que sentí durante esa semana en la que me preparé para el ingreso en el hospital, sólo a falta de una prueba que fue determinante y contradijo todo cuanto mi ginecólogo me había dicho. No era cáncer, pero algo cambió dentro de mi.
    Toda mi admiración por esas dos Nurias.
    Besos mil

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  8. como dice alijodos, admiración és lo que siento por esas mujeres, que son capaces de afrontar algo así con esa fuerza.
    un besazo ciudadano y como no, otro enorme a nuria

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  9. Gracias por este emotivo y real relato. Me gustaría que fuese ficticio pero la vida no siempre es un camino de rosas. A pesar de todo sigo caminando...porque estoy muy bien acompañada. Gracias cariño.

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  10. Buenas!

    Aquí podeis ver otra experiencia sobre el cancer, esta vez leucemia, de alguien de Marbella y que quedó plasmada en un bonito libro.
    http://www.elmundo.es/elmundosalud/especiales/2004/01/leucemia/index.html
    Saludos
    http://pacoportero.blogspot.com/

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  11. Os agradezco, a todos, de todo corazón vuestros comentarios. Permitirme, esta vez, que no particularice en las contestaciones con una sola excepción que, seguro, todo el mundo sabrá comprender.

    Mi querida Nuria: Haré todo lo posible para que siempre, siempre, estés bien acompañada como te mereces.
    Un besazo enorme, para Nuria y para todas vosotras ciudadanas. Para ellos, el mejor de los abrazos. Seguir siendo, siempre, vosotros mismos.

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  12. Un fuerte abrazo a las dos Nurias. Y al autor, un abrazo.

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