jueves, 30 de abril de 2009

El sabor amargo de un café. Relato

Por José Manuel Beltrán

¡No me lo puedo creer, esto no me puede estar pasando a mí!. Víctor de Espinosa, se lamentaba cuando llegaba a coger su sitio en lo que ya, a primeras horas de la mañana, era una larga cola de personas. En todos y cada uno de los días de esa semana, la misma exclamación había formado una constante en su nuevo hábito de vida. No era su preocupación principal la de haber tenido que madrugar un poco más de lo normal. Ni siquiera que, por resultar más cómodo, tuviera que haber soportado empujones y olores singulares al tener que utilizar el único medio urbano subterráneo conocido. Su coche, de grandes dimensiones y escrupulosamente encerado, no tenía que ser amenazado por cualquiera que, en ese misma cola, pudiera utilizar cualquier llave para diseñar como si el trazado de una carretera se tratara, un profundo arañazo a la carrocería.

Las previsiones metereológicas se estaban cumpliendo. La mañana era muy fría y de la misma cola, previa la aquiescencia de los más próximos, se retiraban algunos para visitar la cafetería más cercana. Un buen café con leche, sin bollo para evitar dispendio, pero extremadamente caliente aliviaba brevemente la sensación de frío en el cuerpo. Víctor, pidió permiso varias veces pero, al poco rato de volver, sentía de nuevo como de sus finos zapatos se desplazaba hasta sus orejas una corriente que le hacía tiritar.

-“ ¡Pero, chico, veo que no traes unos buenos calcetines y eso, aquí, es esencial!”. Ese fue el comentario que se encontró, a la tercera vez que volvía a la cola, de la persona que le precedía. “¡Hola, soy Andrés”, le espetó para a continuación interesarse por él, tanto por curiosidad como por educación. –“ Veo, que has venido con un buen traje, demasiado fino, quizás. Pero, la verdad, no creo que te sirva de mucho”. Víctor, educadamente le sonrió y sin querer alardear mucho –aunque en otros momentos, siempre lo hacía- le contestó: “Si, es un traje de marca”.

Salvada la primera distancia, Andrés intentó hacerle el rato de espera un poco más agradable. Al fin y al cabo, él ya era un experto y sabía que la conversación con otros era una buena terapia para no aislarse. Repasó, sin necesidad de sacar de la cartera las consabidas fotos, toda la historia familiar haciendo un especial hincapié en la pequeña que tan solo contaba cinco meses de vida. Le contó que, el día de su nacimiento, tuvo dos sensaciones totalmente antagónicas. Por supuesto, aumentar la familia hasta el miembro número cinco le hizo feliz pero saber, en ese mismo día, que tarde o temprano se encontraría con Víctor –y no es que le hubiese caído mal- le causó una honda tristeza y preocupación. Ahora, su coraza era más dura, pues era veterano.

A la hora marcada la cola avanzó de forma muy acelerada. Ya en el interior del local, Víctor pudo colocarse correctamente las solapas de su chaqueta que antes, por mor del frío, había desplegado. En apenas cinco minutos se encontraron, uno detrás de otro, enfrente de la mesa marcada con el número veinticinco. Andrés, como casi todos los días, tardó muy poco en acabar su tarea. Dejó paso a Víctor, haciéndole un gesto que significaba que le esperaría allí mismo para invitarle a un café.

Nada más sentarse Víctor, la señorita que le atendía le preguntó por sus papeles. Víctor se los entregó aún cuando en ellos sólo estaban rellenos los datos del nombre y apellidos. Víctor, se disculpó: “Lo siento, pero es que no entiendo bien los datos que hay que cumplimentar”. La señorita no salía de su asombro pero, gracias a que Andrés había aguardado cerca y escuchó el comentario, su ayuda fue fundamental para que el formulario quedase relleno.
A la salida, ya en la cafetería, Víctor se sinceró con Andrés. -¡Gracias, por tu ayuda. Realmente, a mí, todos los papeles de trabajo me los hacía mi secretaria. Yo no he cumplimentado nunca nada y no sé cómo moverme en esto. Para mí es un mundo nuevo!. Andrés, le quitó importancia al asunto pero –mentira era si no le preguntaba el por qué- y, por supuesto, lo hizo. Después de darle un sorbo a la taza ardiente de café, Andrés preguntó: “¿Oye, Víctor, pero tú de qué trabajabas?”. Víctor, con un aire todavía ufano aunque ya más triste, le contestó: “Pues mira, Andrés, realmente no lo sé. Yo escuchaba que era un “yuppie” y, por eso, entenderás que de esto, del paro, yo sé muy poco”.

martes, 28 de abril de 2009

El efecto Bruni


Por José Manuel Beltrán

¡ Que no tenemos bastante ¡. Y es que, de un tiempo a esta parte, la cosa va de eras. Durante muchos meses, porque son muchos los que duran los prolegómenos de las elecciones estadounidenses, se escribió largo y tendido del efecto ilusionante del candidato presidencial Obama. Luego, una vez certificada su elección, ese efecto se expandió por todo el universo para tomar marca propia ( de copyright, dicen en inglés). Así, desde cualquier componente de la masa popular hasta cualquiera de los máximos dirigentes europeos, se han hartado de repetir hasta la saciedad que nos encontramos ante una nueva era, “la era Obama”.

Pero, ¡ mira por dónde ! aquí, de puertas adentro, con ocasión de la visita oficial que el Presidente de la República Francesa, Nicolas Sarzkosy, realiza a nuestro país llevamos dos días enfrascados en desarrollar lo que, este humilde servidor denomina, el efecto Bruni. Me refiero, ¡ y tampoco creo que los lectores necesiten demasiada explicación ¡, a la esposa del Presidente francés, Carla Bruni. Ya antes que el avión presidencial se posase en la pista del aeropuerto, las interrogantes sobre el vestuario de la señora Bruni estaban en boca de todos. ¿Bajarán las escalerillas cogidos de la mano? ¿Saludará a los Reyes de España de la misma forma que lo hizo con la Reina de Inglaterra? ¿Llevará zapatos de tacón alto? Y Nicolás, ¿calzará también zapatos de más alto tacón?. Claro que si a Leticia ( o Letizia, como dicen otros que le agrada más llamarse) también le gusta llevar tacón alto, ¿será este menor que el de Carla? O, más fácil, la pregunta de morbo es ¿Quién de las dos parecerá más alta?.

Los presagios se han cumplido. Hasta el mismo Sarkozy se ha atrevido a afirmar en una comparecencia, ante la sorpresa de su esposa, que era ella y no él quién había causado una gran sensación. Aquí no se ha salvado nadie en caer en la trampa. Esto no han sido los titulares de los medios denominados “del corazón”. Prestigiosos diarios y medios de comunicación audiovisuales han desarrollado la “noticia” y con fotos en portada de las dos “muñecas”.

¡No tenemos remedio!. Vivimos de alharacas y de cuestiones superfluas. Nada de esto tiene que ver con un determinado protocolo. Es como si le diésemos más importancia a la presentación de la mesa que a la comida. El ornato, que siempre es bien agradecido, no debe tener preponderancia sobre la sustancia. Y prueba de ello, a juicio de un servidor, es que la cantante Bruni es elegante, ¡sin duda!, pero canta fatal.

Son muchas e importantes las cuestiones políticas, económicas, sociales y de intereses comunes que van a ser debatidas por ambos gobiernos. El reforzamiento de la política antiterrorista, tan bien encauzado hasta la fecha, el desarrollo por parte francesa de las infraestructuras necesarias, y hasta ahora paralizadas por su parte, para enlazar el tren de alta velocidad por Cataluña; la autovía y enlace ferroviario de Jaca y Canfrac que desarrollaría el progreso de Aragón; la eliminación de ese pseudo “paraíso fiscal” como es Andorra; y muchos y muchos más temas en los que dos grandes países tienen de común con Europa y con el mundo.

Esta debía haber sido la seriedad en el tratamiento de la visita de Estado del Presidente francés. Lo que no puedo llegar a entender es el por qué de la pérdida de tiempo sobre las características de la señora del Presidente Sarkozy. Pero como sé que esto es, lamentablemente, inevitable ni te quiero contar la que se puede armar cuando nos visite la señora de Obama. Claro que, como estamos disfrutando de una nueva era, después del efecto Bruni tendremos que deleitarnos con la era Obama. Y si no, al tiempo.

Salud, ciudadanos.

domingo, 26 de abril de 2009

Conciliación de horarios laborales


Por José Manuel Beltrán

Todos, sin excepción, nos quejamos de nuestro horario laboral. Para apoyar nuestra queja aducimos razones tan variadas como, en ocasiones, variopintas. Desde que, no pasamos el suficiente número de horas con nuestros hijos; que no tenemos tiempo ni para el ocio o que, llegando tan cansados a casa ( algunas veces después de haber tomado unas cervecitas ) ni siquiera hablamos con nuestra pareja.

Se achaca a nuestro país tener una de las más bajas tasas de productividad, así como una altísima siniestrabilidad laboral; y ello teniendo en cuenta que salimos de casa a las siete de la mañana y volvemos a las nueve de la noche. Si nos comparamos con la media europea, un español duerme 53 horas menos que el resto de ciudadanos de la UE. Al mismo tiempo, nuestros hijos se encuentran cada vez más abandonados y ésta puede ser otra causa por la que tengamos el mayor fracaso escolar del continente.

El empresario piensa que alargar los horarios de sus empleados es una forma de salir de esta crisis. Leí hace cierto tiempo unas declaraciones de Ignacio Busqueras, Presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles. Él llamaba a esta actitud “la cultura del presentismo”. Es decir, nadie sale del trabajo hasta que no lo hacen los jefes. Sea cuestión de pelotilleo, miedo o lo que sea, el caso es que hay que defender la “cultura de la eficiencia” y no, la de la fidelidad perruna que es la que nos lleva a trabajar más de 200 horas más que la media europea con una, repito, productividad más baja.

Existen unas medidas interesantes para poder acabar con ello. Por supuesto, nosotros trabajadores, podemos reclamarlas o insistir que se adopten pero serán los empresarios los que deban acometerlas. Medidas, por ejemplo, como apagar las luces en los puestos de trabajo a una determinada hora. Curiosamente quién así ya lo ha hecho, Iberdrola por ejemplo, ha cambiado los horarios de sus once mil empleados, ha aumentado la productividad, ha disminuido de forma importante su gasto energético y su gente está mucho más contenta desde que sale antes.

De esta forma el ciudadano trabajador, empléese este término para ambos sexos, dispondrá más tiempo para su ocio, para participar en ONG o asociaciones y fortaleceremos nuestra sociedad, ahora endeble en este tipo de apartados. Las mujeres, de forma más concreta, tienen que decir ¡basta! a un reparto de papeles que viene de tiempos en los que no tenía acceso al mundo laboral. Una vez que ha empezado a trabajar, ha continuado en nuestra sociedad, el horario impuesto por los hombres hace 40 años y, así, se ha conseguido que no haya nadie en casa con los niños. Las mujeres, siempre más efectivas en este apartado, quieren distribuir el tiempo de otra forma. Menos reuniones de trabajo; menos almuerzos; más desayunos y, todas ellas, con horario fijo de salida. Ese es el camino.

Así que, señores del Gobierno, fijénse que el primero de enero de 2.010 ostentaremos la presidencia europea. Que buen momento para que, llegada esa fecha, hayan dado ustedes los pasos importantes y necesarios para normalizar nuestros horarios y ponerlos a la altura del resto de Europa. Eso supone tomar decisiones y, sin duda, afectará a nuestro cambio de cultura. Pero, miremos cuántos más beneficios personales y sociales podemos conseguir aún cuando, para algunos, se pierdan las horas de la siesta.

Mientras tanto, salud, ciudadanos.

viernes, 24 de abril de 2009

Irritabilidad

Por José Manuel Beltrán


El día, no es que haya amanecido muy bueno. La verdad es que, durante ya parte de la noche, presentía que iba a ser así. Mi incipiente dolor de cabeza se ha ido transformando en una de mis clásicas migrañas y, quienes por desgracia las conocen, saben que se pasa bastante mal. No eres capaz de concentrarte en nada y mis ojos, casi siempre como la cara reflejos reales de tu estado, se encontraban cansados y con ojeras.


Añadido a lo anterior, ya por sí suficiente, la mañanita en la oficina ha sido de cuidado. Esto de las cosas en el último momento y con prisas no puede tener nunca un final feliz. Todo parece urgente y realmente compruebas que no lo era cuando, dejando ese asunto para el día siguiente, compruebas que no ha pasado nada. La urgencia, por tanto, no era para tanto. Hace muchos años que escuchaba una frase de un Director General, de determinada entidad bancaria, que tenía la decisión final sobre ciertas propuestas para conceder préstamos. Cuando se le requería, amablemente y sin demasiada presión, por supuesto: "Sr. XX, la propuesta de fulanito, dice la oficina que la envía, que es muy urgente"; el Sr. XX respondía: "No se preocupe Fernández, déjela, que está ahí en la esquina. Está cogiendo sabor a mesa".


La presión, en muchas ocasiones, no garantiza una mejor decisión. El Sr. XX, ya había visto superficialmente la operación, pero había ciertos flecos que le impedían tomar una decisión. Quizás era él que lo había visto mal, por eso lo mejor era dejarla reposar. Pasado un prudencial periodo de tiempo, y vuelta otra vez al estudio de la misma sin que nada hubiese cambiado, sus ojos veían la operación de otra forma.


El dichoso dolor de cabeza no se pasa. Ya son dos "Espidifen" de 600 gramos los que llevo echados al cuerpo y ¡esto estalla!. Para más inri, un cliente conocido -que a su vez es jugador de baloncesto en silla de ruedas- me explica que esta madrugada salen en autocar hasta Valencia, para disputar uno de los dos partidos que le restan ( y que deben ganar obligatoriamente) para poder continuar en la División de Honor. Lo que más me irrita -y mi cabeza no está ahora para esto- es el comentario que, solicitado el auxilio a nuestra Regidora (PP) para que les pongan un autobús del Ayuntamiento dada la escasa falta de fondos, ésta todavía no ha contestado. Les faltan 10 horas para salir y mucho me temo, que no serán suficientes si se tienen que despalzar en silla de ruedas hasta allí. ¡Demencial, y encima alardea que somos la Ciudad Europea del Deporte! ¡Venga, ya!.

He llegado a casa, finalizando la totalidad de la jornada, en las mismas lamentables condiciones como la comencé. He pagado los platos rotos con quién no debía y me disculpo. En el resto del fin de semana, supuestamente de relax, mi hija me ha pedido ayuda para terminar un estudio económico de viabilidad de su negocio, pues lo debe presentar junto con una inmensa memoria para poder optar a una subvención de la Junta de Andalucía. Más trabajo. Esto del blog, también tiene lo suyo. ¡qué os voy a decir a vosotros!. Dicen que, después de una intensa jornada semanal de trabajo, no es bueno cortar totalmente pues tu cuerpo no está preparado. ¡Vaya, que esa es la explicación para que me continúe la migraña!.


O sea, que mi irritabilidad está por las nubes. Yo no tengo la culpa de ello, siempre se la achacamos al estrés, pero lo que no me cabe duda alguna es que los demás -y por supuesto, para mí los más importantes son los más próximos- tampoco la tienen.


Así que, aplícate el cuento ciudadano. ¡Sí, estoy hablando conmigo mismo, no huyáis!. Duérmete una siestecita; sales después y que tomas un poquito de sol; haz lo que te de la gana, deja tranquilos a los demás y, en vez de un cigarrito -que no es bueno- te tomas un vasito de agua; le pegas dos puñetazos ¡si quieres! al aire -que seguro que no se queja- y relajadito, no esperes a la película X, sino más bien a esa tu querida almohada que siempre te atiende todas las noches, a pesar de los fuertes abrazos que la metes ¡que algunas veces no la dejas ni respirar! y a dormir, ciudadano.

PD.- Suena el teléfono y me informan, pues yo soy serio en esto, que el autobús para Valencia estará en la línea de salida. ¡Ahora, a esos valientes, sólo les queda ganar! ¡A por ellos!.


Salud, ciudadanos y perdón por mi irritabilidad.

jueves, 23 de abril de 2009

La vela de la ilusión. Relato


Por José Manuel Beltrán

Llevaba ya mucho tiempo esperando y, cada vez que llegaba el día, notaba las mismas sensaciones. Sin darse cuenta había hecho del acto un ritual, debidamente preparado en casi todos los detalles. Para nada le afectaban las variadas condiciones climatológicas pues, al fin y al cabo, la distancia a recorrer no era demasiado larga aún cuando tampoco se pudiera considerar corta. Siempre lo hacía sola, pues eran ya muchos años en su condición de viuda.

En ese espacio de tiempo, mantenía consigo misma una conversación que otros pudieran considerar superficial pero que, a ella, le suponía mantener totalmente encendida la vela de su ilusión. En muchas ocasiones, ella misma se preguntaba si tenía sentido lo que hacía. Nadie podía sospecharlo, pues tampoco era dada a dar excesiva rienda a su expresividad y es que, al fin y al cabo, no salía ningún sonido de su boca.

La conversación se iniciaba, siempre, de la misma forma. A forma de preámbulo, repasaba la lista de los incluidos colocándolos en un orden clasificatorio que, de acuerdo a sus necesidades actuales, había podido ser modificado en relación a la semana anterior. Lo que no cambiaba era la consiguiente reflexión, muy parecida a la que se realiza cuando, de hinojos, comienzas tu confesión ante un sacristán. No pedía ningún beneficio para ella. Le recordaba a su interlocutor etéreo todo su pasado, basado fundamentalmente en el trabajo y la familia. Nunca había dicho una palabra más alta que otra y, además de no quejarse, todos los que la buscaban encontraban su mano tendida. Creía que era su obligación y así lo hacía.

Pasada esa presentación previa, se lamentaba de no tener más que ofrecer y, aún cuando insistía en no querer nada para ella, sabía que los demás podrían solucionar en justa medida gran parte de sus problemas. La crisis había hecho demasiada mella en la situación familiar de sus hijos y los nietos, todavía pocos, aún manteniendo cubiertas sus necesidades básicas, sabía que no sería por mucho tiempo.

Nunca obtenía respuesta a pesar de haberse expresado claramente, y no lo entendía. Su corazón siempre colocaba mejor las palabras que su garganta y, por ello, insistía una y otra vez. Le resultaba molesto ser pesada, pero lo que ella solicitaba era de total justicia.

Llegó a la misma hora que las innumerables ocasiones anteriores. Le gustaba ser la primera para así encontrar la complicidad necesaria. Al otro lado del cristal, siempre encontraba un saludo esbozado con una cómplice sonrisa. Su respuesta, siempre mesurada, era recíproca aunque de forma mucho más leve. No necesitaban palabras, pues su mirada lo decía todo. Era sincera, limpia, evocaba un poco de tristeza y mucha resignación. Tras abrir lentamente su monedero y extraer una sola pieza, dobló y guardó cuidadosamente el trozo de papel. Suspiró y volvió a emitir un amago de sonrisa sin necesidad de abrir los labios.


En el transcurso de la semana, ni siquiera de forma tímida, su mente quedó desligada de esas sensaciones. Minutos antes de las diez de la noche del jueves, encendió el televisor. Sobre una libreta de color verde esperanza anotó unos signos que, aún descolocados, ella entendía perfectamente. Con mano temblorosa efectuando un pequeño pliegue en una de las solapas de su monedero, ya abierto, extrajo otro papel que se conservaba geométricamente doblado. Lo desplegó y contrastando los signos antes anotados en el papel verde esperanza no tuvo más remedio que, al igual que en muchas semanas anteriores, fruncir el ceño y decirse a sí misma “ ¡Bueno, no me ha tocado, pero seguro que la semana que viene si acertaré La Primitiva!.

lunes, 20 de abril de 2009

A cara descubierta

Por José Manuel Beltrán

La noticia no es reciente. Después de los graves altercados protagonizados por los “manifestantes antisistema” durante las recientes cumbres del G-20, en Londres, así como de la OTAN, en Estrasburgo, el Ministerio francés del Interior ha instado la aprobación de un decreto para prohibir el uso de capuchas o pasamontañas, que oculten el rostro de las personas que participan en una manifestación y, por ello, impidan o dificulten su identificación. Tal medida, ya está en vigor en Alemania desde 1.985, que prevé que “cualquier participante en una manifestación pública que, voluntariamente, oculte su cara con el objetivo de no ser identificado, sea castigado con una multa de 1.500 euros y, si es reincidente, se podrá llegar a los 3.000 euros”.

La cuestión, en sí, tiene varios aspectos interesantes para reflexionar. Yo parto de la base que, quien acude a una manifestación lo hace de forma voluntaria aún cuando ¡no creáis, de algunos tengo mis serias dudas!. Si lo hago, ¡y lo he hecho!, creo tener total libertad para ir vestido como realmente me dé la gana. Puedo ir con sombrero, o sin él; con guantes de lana o de lagarterana; con pasamontañas en agosto o, simplemente vestido de El Zorro. Mi rostro es tan poco importante como el saldo de mi cuenta bancaria. Sí es verdad que, mi voluntariedad a ese acto, lo será siempre sin ninguna violencia, ni física ni verbal.

Tampoco voy a yo a discutir si las fuerzas de seguridad, que también acuden a la manifestación –aunque sea de forma distinta, ¡pero acuden y participan! Tienen que ir vestidos con botas o alpargatas; con casco azul o verde; con unas gafas “Rayban” macarras o con lentillas. Respetaré su indumentaria, a pesar que sí sé seguro que la porra no les faltará.

Por tanto, si lo que pretenden es identificarme ¡no hay problema!. Me lo piden por favor y yo, después de pedirles a ellos que también se identifiquen –pues quién sabe, lo mismo van disfrazados y no son policías- quedamos todos tan amigos. Yo ejerceré mi libertad y ellos cumplirán con su trabajo –que en mi caso, es pero que muy simple y sencillo-.

¡Claro!, vosotros estaréis pensando que no todos los manifestantes se comportarán como yo lo hago –ni tampoco, todos los policías ( vease al fallecido en las protestas del G-20 a causa de la paliza de esas llamadas fuerzas de seguridad)- y, es por tanto, que a esos manifestantes me dirijo.

Al llevar cubiertas vuestras caras presupongo que no vais con plena libertad a la manifestación. Que estáis obligados por ¡yo que sé, qué secta!. Presupongo, ¡no que seáis tímidos!, sino que ocultáis vuestra vergüenza; vuestra cobardía ante la sociedad para que los demás no sepamos nunca lo que opináis y lo que hacéis. Cuando destrozáis ventanales; quemáis coches –que seguro no es el de vuestro padre-; cuando lanzáis esos “cócteles molotov” o, bolas de acero con tirachinas, no lo hacéis al salón de vuestra casa o contra vuestro equipo de música.

Yo, mientras viva, voy a defender como el que más tu libertad por manifestarte, por expresarte y, por todo lo que suponga defender la mayor justicia e igualdad. Pero a mí, me vienes con la cara descubierta como yo la tengo ahora mismo al firmar este artículo. No me vale que, cuando regreses a casa, ya te hayas quitado el pasamontañas para que, eso sí, con la cara bien limpia pases de tu vieja y no friegues los platos. Tampoco me vale que ese policía que, brutalmente apaleó a un sencillo vendedor de periódicos, tras salir de su kiosco, se ampare en sus compañeros. A ti también te pido que des la cara.

Así, todos, con los pantalones bien puestos, vayamos con la cara descubierta y entonces os desearé: Salud, ciudadanos.

domingo, 19 de abril de 2009

Canciones de la niñez. Relato


Por José Manuel Beltrán

El día amaneció triste. Las nubes, aparentemente más bajas de lo normal, escondían en su interior tal revoltijo de gases que hacían presagiar una estruendosa tormenta. Sin embargo, mirando la frondosa arboleda, visible desde cualquier habitación, la placidez era total. El Dios Eolo se había concedido un descanso, quizás, temiendo la previsible tempestad.

El reloj no marcaba más allá de las nueve de la mañana. La operación había sido preparada con total pulcritud y meticulosidad. Llevaban ya muchos meses recogiendo datos, que inicialmente fueron sólo sospechas, y por ello la vigilancia a la residencia se había ampliado las veinticuatro horas del día. El juez, siendo realmente escéptico ante la multitud de pruebas aportadas, finalmente consignó su firma en el dichoso papel. Se autorizaba un registro total, y todos los empleados debían ser cuidadosamente apartados para que no pudiesen mostrar coincidencia en sus declaraciones, consecuencia de preacuerdo entre ellos. Era el día ideal pues, todos los dirigentes habían acudido la noche anterior a una fiesta que, periódicamente, ellos mismos organizaban para la captación de más miembros.

Patricia no pudo pegar ojo durante toda la noche. Sabía que era la máxima responsable de todo el operativo aún cuando esa no era su verdadera preocupación. Su mente se había anclado, ya hace mucho tiempo, cuando de la noche a la mañana su madre desapareció. Los resultados obtenidos tras una intensa búsqueda que, en muchas ocasiones, sobrepasaban sus obligaciones profesionales habían sido decepcionantes. Y así, durante siete largos años. Esta vez su intuición le decía que no fallaría pero, cada vuelta de almohada era un nuevo recordatorio de anteriores operaciones fallidas.

Cada uno de los agentes se encontraba en la posición, ya previamente acordada. El recinto estaba fuertemente custodiado por cámaras de seguridad y perros que, con sólo mirarlos, a uno le entraba pánico. Por medio de unas estupendas piezas de carne, a las que se había inyectado un potente calmante, los caninos adormecían plácidamente sobre el césped. Mientras, sin tener que cortar los cables, se había manipulado electrónicamente la señal que enviaban las cámaras a la sala de control.

El asalto fue rápido, tanto es así que la mayoría de los empleados se encontraban todavía en la cama, en muchos casos, compartida por hasta cuatro y cinco personas totalmente desnudas. Las órdenes se cumplieron a rajatabla. Mientras, el registro del resto de las dependencias se hacía, cada vez, más repugnante.

Las paredes de las habitaciones se encontraban cubiertas de un incipiente moho. En el suelo un pequeño agujero, abierto a base de descontrolados golpes de maza, hacía las veces de letrina. Los colchones, de goma-espuma, ofrecían innumerables huecos dónde los ratones buscaban refugio. Unos viejos cuencos, todos ellos ennegrecidos, resultaban ser el soporte para lo que nadie podría llamar alimento, máxime cuando las moscas pululaban por ellos como las abejas en su colmena.

Uno tras otro, los habitantes maltrechos eran sacados de sus escondites con suma delicadeza. Estaban dispuestas unas camillas así como tres ambulancias, pero resultaron netamente insuficientes. Las puertas mostraban sus cerraduras oxidadas. No se habían utilizado en mucho tiempo, y razón tenían, pues para nada eran necesarias llaves. Los grilletes sujetos a la pared cumplían perfectamente su misión.

Al final del pasillo de una de las esquinas del complejo residencial, una de las habitaciones tenía la puerta totalmente abierta. De su interior salía un lánguido susurro; vacilante, Patricia se encaminó hacia su interior. Al frente de una ventana, sentada sobre una mecedora, una mujer desaliñada ofrecía sus brazos al aire que, al superponerse, asemejaban la silueta de un nido. De su garganta, salía una cariñosa y dulce melodía. Era una nana. Patricia quiso reconocerla pero no estaba lo suficiente cerca. Avanzó unos pasos y, de forma más clara, escuchó
“Ea, ea, ….
Mi niña duerme.
Ea, ea,…
El sueño le vence.
Ea, ea, …
Susurra el viento.
Ea, ea, ….
Mamá te quiere.

Al levantar los cabellos alborotados que cubrían toda la cara de la mujer, Patricia, que había entrado enmudecida a la habitación, sólo pudo decir: “Mamá……”.

sábado, 18 de abril de 2009

Fibromialgia y una cima solidaria



Por José Manuel Beltrán


Cuando estas líneas vean la luz pública, más de cien personas estarán - ¡lo estamos haciendo ya! – iniciando una caminata hacia una cima solidaria. Ciudadanos de todas las edades, niños, jóvenes, treinta añeros y otros, como el que suscribe, que ya han pasado de largo esa frontera. La meta geológica es, a la vez que maravillosa, muy simple. En una larga cola, como si de un reguero de hormigas se tratara, sortearán piedras y matorrales para ascender, en una perfecta formación previamente organizada, el sendero que culmina en la bien conocida Cruz de Juanar.

Seremos unos voluntarios, unidos por la solidaridad para un bien común. La mayoría, empleados y compañeros de toda Andalucía, que recogiendo la llamada de la Asociación de Fibromialgia de Marbella y San Pedro Alcántara (AFIMARS) y con la importante colaboración de la Fundación Barclays, aportaremos con nuestra inscripción unos recursos económicos que –a buen seguro- serán muy bien empleados por la citada Asociación. El mismo importe recaudado por la totalidad de los voluntarios participantes será incrementado por parte de la Fundación Barclays.

jueves, 16 de abril de 2009

Ha nacido un nuevo Blog


¡ Ha nacido un nuevo Blog !


Con el título de Parada y Fonda de un viajero ayer llegó al mundo bloguero un nuevo bebé.



Llevaba esperando este momento durante mucho tiempo. Como se dice en su presentación, la pretensión del mismo es muy sencilla. Todos somos viajeros, en mayor o menor grado. Todos mantenemos la ilusión previa en la programación de nuestro viaje. Todos necesitamos de ayuda, o mejor dicho, de más información que nos resuelva ciertas dudas, antes de lanzarnos a lo desconocido.



Es por ello por lo que el nuevo Blog que hoy nace, de forma modesta, solicita vuestra colaboración. Las entradas que se publiquen lo serán por el conocimiento y experiencia personal ( y la de mi querida esposa, por supuesto ). Pero, como lo que se trata es de ser generosos con todo el mundo, se aceptarán vuestras propias entradas -por supuesto, se publicarán citando el nombre del autor y de su Blog-.




Su contenido, como todos los blogs, se irá enriqueciendo, poco a poco, tanto en sus formas como en sus pequeños detalles.



La primera entrada era obligada. "Marbella, La joya de la Costa del Sol".



Es todo vuestro y, ¡ ahora, a viajar !.


Gracias anticipadas, ciudadanos.


martes, 14 de abril de 2009

Tebeos



Por José Manuel Beltrán

Todos los informes europeos conocidos hasta la fecha sitúan a nuestro País, un año sí y otro también, a la cola en cuanto a hábitos de lectura se refiere. Las empresas editoriales, así como las librerías, especialmente interesadas en este aspecto - y no sólo en lo que se refiere a la cuestión de negocio- mantienen, que los números publicados en relación al año anterior siempre son menores. O se trata de una cuestión de calidad o, realmente, es que vamos perdiendo el interés por todo aquello que nos suponga un mayor esfuerzo que darle al botón de ¡yo que sé que maquinita! para matar marcianitos.

domingo, 12 de abril de 2009

La camiseta número doce. Relato



Por José Manuel Beltrán

Fueron numerosas las ocasiones en las que los periodistas le recordaban, intentando rebuscar en lo más morboso de su pasado, no ya su origen humilde sino, más bien, las penurias y hambre que desde bien joven había pasado. Al inicio de su carrera, esa rememoración le sirvió como hilo conductor para ganarse la simpatía de los aficionados.

Ni siquiera las preguntas más hirientes, incluidas las de tipo sexual, le resultaban molestas. “Son muchas las personas que todavía siguen malviviendo”, contestaba él. “Y no dudarlo, cuando por verdadera necesidad niños, adolescentes, mayores y viejos deben dormir en una habitación de escasos doce metros cuadrados, todos revueltos aún dentro de un mínimo orden, los roces sobre partes íntimas –en ocasiones voluntarios- se dan con mucha frecuencia”, apostillaba Diego.

Lo que si le sacaba de sus casillas era el empecinamiento malintencionado sobre su pasado con las drogas. Por mucho que echara “balones fuera” se sabía escrupulosamente vigilado en cada minuto de su vida extradeportiva. Su imagen, rectificada una y mil veces, había quedado encadenada a la de un astro de la canasta al que la popularidad le había sobrepasado. Es cierto que habían sido muchas las veces que había necesitado ayuda; a lo que otros, amplificando el aspecto negativo, le respondían que tantas como había recaído.

La lucha por la final nacional estaba llegando a su fin. En ese año, su promedio de anotaciones era espectacular. El mayor halago de sus compañeros, así como de su entrenador, era su espíritu catalizador para fomentar entre todos los jugadores el buen ambiente de equipo. Muy pocos eran los minutos que no se encontraba en cancha, pero cuando debía de ejercer de jugador número seis, al igual que el resto de los suplentes, los ánimos y gritos de apoyo a los jugadores en juego superaban, con creces, a los que de forma más apasionada emanaban desde la grada. Era el líder del equipo y le gustaba sentirse querido y valorado.

Dos noches anteriores al partido cuya victoria, caso de conseguirse, clasificaba matemáticamente para la disputa de la final europea; Diego volvió a recaer en sus errores anteriores. La fiesta organizada, aparentemente para darle un premio, terminó bien pasada la noche; o más bien debía decirse que con el alba del día siguiente. El conglomerado explosivo de alcohol y droga le tenía tumbado en la cama, casi inerte. Su entrenador había programado el entreno a primera hora por lo que su llegada fue tardía y en unas condiciones lamentables. De inmediato fue expulsado aunque, curiosamente, convocado para el partido.

Diego pensó que el día decisivo estaría perfectamente recuperado. Su participación era obligada máxime cuando, después del entrenamiento, le llegaron noticias que dos compañeros en un choque fortuito estaban descartados a causa de una rotura del ligamento.

El partido llegó a su tramo final, con un resultado tan ajustado que cualquiera de los dos equipos podría proclamarse campeón. Mientras tanto, en la grada se había corrido la noticia, a buen seguro propiciada por algún periodista, sobre la juerga de Diego. Los espectadores, de forma harto ruidosa y con gestos despectivos, no pararon de mostrar su repulsa sobre el jugador. El club, al que todos sentían y querían, siempre había mostrado en sus muchos años de historia un expediente impoluto. Les importaba más la esencia del deporte que los títulos conseguidos, y eso que eran muchos.

A falta de dos segundos para el final, los equipos se encontraban igualados en el marcador. La eliminación por faltas de un nuevo jugador local obligó al entrenador a ordenar que Diego saliese a la cancha. Traicionando la confianza del entrenador no había disputado ni un solo minuto del partido pero, ahora, el reglamento le obligaba a sacarle.

Sólo eran dos segundos. El equipo rival sacaría de banda y pasaría el balón seguramente a su mejor jugador. La orden para Diego era clara. Ese jugador no puede tirar ¡cuidado con el bloqueo y moléstale, sin hacer falta!. Diego asintió.

La jugada se desarrolló tal cual estaba prevista. Sin embargo Diego, desde el mismo momento de pisar la cancha, ocupó un espacio que no era el adecuado. A pesar de los gritos de su entrenador, no corrió en busca de su rival quién lanzó a canasta e increíblemente falló. La prórroga, como mal menor, estaba asegurada. Todos los ojos se habían concentrado en esos jugadores decisivos. Todos, menos los del entrenador de Diego que echó sus manos a la cabeza retirándose, de inmediato, a los vestuarios tras dar la mano al entrenador rival.

El árbitro manaba sangre por su nariz. Una vez recuperado, gracias a las asistencias, dictó sentencia. Descalificación por agresión del jugador local número 12. Ese número, según el acta, correspondía a la estrella del equipo. Dos tiros libres para el equipo contrario de los que, una vez tirados, uno resultó válido.
Desde entonces, el club no dispone de camiseta número doce.

miércoles, 8 de abril de 2009

Semana de Pasión y Muerte


Por José Manuel Beltrán


En todos y cada uno de los pueblos y ciudades de España se encuentran inmersos en la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Nunca he llegado a entender, que sí a comprender, el por qué de la variabilidad del calendario para la conmemoración de tales hechos.

Al fin y al cabo mi lógica me dicta que, aún siendo cada año diferente, todos los ciudadanos del mundo celebran su fecha de nacimiento en el mismo día que ocurrió el alegre suceso; también se rememora, pues no parece adecuado decir que se celebre, la fecha de defunción en la misma fecha fija.

domingo, 5 de abril de 2009

Relax vacacional



Por José Manuel Beltrán

Ya ha comenzado la desbandada. A pesar de los difíciles tiempos de crisis económica los ciudadanos españoles, en un buen número, han cambiado de forma temporal su residencia. También lo han hecho otros, allende de nuestras fronteras, pero no conozco de tan de primera mano el por qué de sus motivos, por lo que evitaré mi opinión al respecto en lo que a ellos se refiere.

Quiénes tenemos la fortuna de vivir en un núcleo poblacional, sin tanta condensación como una gran urbe, nuestro relax se puede ver alterado por los comportamientos de esos fugitivos estresados. Son éstos, quienes traen una primera buena intención: Descansar, cambiar los hábitos diarios, relajarse plácidamente al sol; disfrutar de un buen espeto de sardinas así como de la lectura sosegada del periódico y, disfrutar de la familia más tiempo del que realmente, por horarios laborales absurdos, se disfruta en la vida cotidiana y mundana.

jueves, 2 de abril de 2009

Recuerdos ( I y II Parte juntas ). Final.

Nota aclaratoria: Para una mejor comprensión del texto, he decidido la publicación conjunta de la I y II parte. Los lectores que ya conozcan la I Parte encontrarán una pequeña línea de asteriscos, que es dónde comienza la II Parte.

Por José Manuel Beltrán

Sabía que algún día tendría que tomar la decisión. Si no lo había hecho antes era, fundamentalmente, por el temor a lo desconocido. Realmente, en algún momento de nuestra vida, todos tenemos esas sensaciones del miedo a lo desconocido y ese era su consuelo para no sentirse rara. Un día tras otro, se prometía a sí misma que de mañana no pasaría. Sin embargo, al mismo tiempo que despertaba, era irremediable que el miedo recorriera su mente sin que pudiera ejercer el más mínimo control sobre la misma.

Para los demás habían pasado más de tres años. Cuando se lo recordaban era incapaz de comprender que el tiempo se moviese tan rápido. De hecho su recuerdo era todo lo contrario. Habían disfrutado desde la niñez como dos pajarillos que revolotean al lado de su madre cuando ésta les trae algún alimento con que engordar. Ni siquiera repasando el resultado de la que siempre habían considerado excéntrica manía: una colección de almanaques que, con suma paciencia, arrancaba en 1.910 sin que ni uno sólo de los años quedara en el vacío y eso que, a pesar del enorme espacio que ocupaban había tratado de continuar su herencia.

miércoles, 1 de abril de 2009

Recuerdos ( I Parte )

Por José Manuel Beltrán

Sabía que algún día tendría que tomar la decisión. Si no lo había hecho antes era, fundamentalmente, por el temor a lo desconocido. Realmente, en algún momento de nuestra vida, todos tenemos esas sensaciones del miedo a lo desconocido y ese era su consuelo para no sentirse rara. Un día tras otro, se prometía a sí misma que de mañana no pasaría. Sin embargo, al mismo tiempo que despertaba, era irremediable que el miedo recorriera su mente sin que pudiera ejercer el más mínimo control sobre la misma.

Para los demás habían pasado más de tres años. Cuando se lo recordaban era incapaz de comprender que el tiempo se moviese tan rápido. De hecho su recuerdo era todo lo contrario. Habían disfrutado desde la niñez como dos pajarillos que revolotean al lado de su madre cuando ésta les trae algún alimento con que engordar. Ni siquiera repasando el resultado de la que siempre habían considerado excéntrica manía: una colección de almanaques que, con suma paciencia, arrancaba en 1.910 sin que ni uno sólo de los años quedara en el vacío y eso que, a pesar del enorme espacio que ocupaban había tratado de continuar su herencia.

Todavía necesitaba de tranquilizantes. Su frágil y cansada memoria le había obligado a tener que anotar en un cuadernillo las tomas diarias así como las horas exactas en que debían ser ingeridas. Pero seguro que, por mor de esa fragilidad ya no recordaba si la noche anterior había cumplido con el ritual médico impuesto. A pesar del riesgo, decidió tomar una dosis doble y, sin darse cuenta, cayó en un profundo sueño con el que, por suerte, pudo gozar en el cómodo sillón orejera situado al lado de la ventana.


Habían preparado la ceremonia con la misma ilusión y perfección con la que un niño deposita sus zapatos, al lado del alfeizar, en la Noche de Reyes. Los invitados, elegidos meticulosamente en razón a una amistad real, no pasarían de quince. Los allegados familiares, con los que en alguna ocasión había existido algún roce, aparecían apropiadamente engalanados para la feliz ocasión. No era ese el momento de propiciar una nueva discusión sobre la oportunidad del enlace, pues bastantes quebraderos de cabeza habían ocasionado en el mes anterior. El empecinamiento de los novios, sabedores que necesitarían la comprensión y ayuda del resto de la familia, se había impuesto a la consulta popular. Si Dios quiere, en pocos meses estaremos también celebrando la llegada al mundo de otra vida.

La velada fue extraordinaria y cálidamente familiar. A la hora apropiada los novios desaparecieron del recinto ante la sonrisa picarona de alguna de las presentes. A pesar que era obvio que no sería su primera vez, su noche de bodas siempre fue recordada por ambos como una de las mejores de su vida, pues los dos pusieron de su parte toda la sensualidad que poseían.

María se parecía a su padre. Su labio superior la delataba pues ya se podía discernir el arqueo de su joven carne al más puro estilo gótico. Disfrutaron de ella con tal intensidad que no se pararon a pensar si sería conveniente traerla otro hermanito. Siempre que la ocasión lo requería, se congratulaban en contar a sus amistades las famosas vacaciones en el camping. Los cuidados de la pequeña habían recaído en él, las veinticuatro horas, por decisión propia. Era una forma de disfrutar plenamente de su hija, al mismo tiempo que su esposa podía sentirse realmente de vacaciones.

Los médicos tuvieron que tomar una drástica decisión. Nunca se quiere recibir noticias como ésta, pero la intervención era decisiva para poder salvar su vida y no había tiempo. Tras las consiguientes pruebas de compatibilidad, y sin estar al cien por cien seguros de su resultado, él no dudo ni un momento en ofrecer su cuerpo para que la extracción se realizase inmediatamente. Es en esos momentos cuando, en realidad, sientes más de cerca a tu ser querido. Es allí, en la soledad de una habitación, cuando el mundo se abre y cierra de forma tan rápida como se mueven las alas de una mariposa. Pero gracias a él, yo estoy viva. No puede haber mayor reconocimiento en mi corazón más allá del amor.
(Continuará….)