lunes, 26 de octubre de 2009

Caso resuelto. Relato.


Este es el relato publicado en el Bloguecedario el pasado sábado 17 de octubre y que, como todos los lunes, comparto aquí con vosotros. Esta vez la frase propuesta era: Leyendas urbanas.


Por José Manuel Beltrán.


Había pasado ya más de una semana y Tarragüell esperaba, cada vez más impaciente, la llegada del correo de manos de quien, a buen seguro, no podía equivocarse. Andrés, el cartero, llevaba destinado en el barrio mucho tiempo tanto que el Ayuntamiento había sustituido ya dos veces las farolas de alumbrado por otras que, aunque más modernas, no eran del total agrado de los vecinos. Hoy, martes y trece, consecuencia del dicho popular lo único que deseaba es que Andrés no tuviese a bien, como era su costumbre, llamar personalmente al timbre de su puerta para anunciarle la llegada del correo. Sin embargo, su premonición no se hizo realidad.


- ¡Aquí está!, Luisito, la carta que esperabas. Después de tantos años, Andrés seguía llamándole por el diminutivo de su nombre de pila, siempre de forma cariñosa.


- ¡Hostias, hoy no!, exclamó Tarragüell sin que tal improperio llegase a los oídos de Andrés.


- ¡Venga, ábrela!, o es que después de tantos años no voy a compartir este momento contigo.


- Andrés, estoy muy nervioso, quizás no me hayan admitido.


A Tarragüell le temblaban tanto las manos que no era capaz de introducir ni uno solo de los dedos en la solapa del sobre para proceder a su apertura pero, al fin, lo logró. La misiva era elocuente: “Nos complace comunicarle su admisión en el Centro Superior de Investigaciones Científicas –Sección de Investigaciones Especiales-, dado el excelente expediente aportado”.


Más de ochenta complicados casos resultaron totalmente cerrados, por resueltos, en los dos años y medio en los que Tarragüell estuvo destinado, como inspector, en la Comisaría Central. Allí, también hay que decirlo, junto a un extraordinario equipo Tarragüell dejó en suspenso, pues los casos no resueltos siempre quedan en este apartado que nunca olvidados, tres carpetas marcadas con los nombres de las víctimas. Los cadáveres, a simple vista, no ofrecían peculiaridades externas llamativas. Sin embargo, las distintas autopsias mostraban diferentes órganos vitales extraordinariamente dañados por unas razones nunca acordes a la edad de las víctimas ni a compuestos hasta ahora conocidos. Los forenses, en sus dictámenes finales, no lograron concretar las consecuencias de tales daños y ese era uno de los motivos por el que los casos quedaban en suspenso.


Por ser uno de los últimos en llegar, Tarragüell no pudo elegir su periodo de vacaciones hasta el mes de Diciembre, máxime cuando él no contaba con hijos en edad escolar que le hubiese permitido disfrutar sus días de descanso en los meses veraniegos. La verdad es que no le importó mucho. Desde hacía bastante tiempo le venía rondando en la cabeza unas relajantes vacaciones en el Caribe. Deleitarse con la visión de un mar endiabladamente azul, en contraste con la blanca y fina arena de sus playas debía ser, según le habían comentado ya otros compañeros que disfrutaron de su viaje de novios, una delicia no solo para el cuerpo sino para la vista, en función de la agradable presencia femenina que pudiera encontrarse. Así que, ni dicho y hecho, tan solo una semana después recibía la llamada de la agencia de viajes para que retirase los billetes de avión y toda la documentación del hotel de lujo en la República Dominicana.


Graziela no paraba de hacerle arrumacos sin que le importasen las miradas ajenas. Su imponente cuerpo y su elegante andar obligaban, por mucho que molestase a las recientes novias, hacer girar la cabeza a los también recientes maridos. Tarragüel, ávido de nuevas sensaciones, había entablado relación con Graziela tan solo pasados dos días de su llegada. Era una chica, a la vez que bella, humilde y con una gran sensibilidad. Se conocieron en la playa, en su día de descanso, pues Graziela trabajaba en el hotel contiguo a dónde se hospedaba Tarragüel. Y, aunque ella no se lo puso nada fácil, habían disfrutado ya de momentos íntimos al igual que la mayoría de las parejas que allí se hospedaban.


La noche de Navidad, Graziela quiso invitar a Tarragüell a cenar en casa de su familia. A pesar de las primeras reticencias, Tarragüell aceptó denotando una extrema alegría en Graziela. Los familiares le recibieron como a un hijo más y Graziela no paraba de tener detalles cariñosos con él, tan propios como los de cualquier pareja. Avanzada la noche, y después de dar buena cuenta de los manjares de la cena, comenzó la fiesta caribeña dónde el ron y todo tipo de bebidas fluían por doquier. Tarragüell, al igual que muchos, bebió más de lo necesario o, lo suficiente para que su boca no pudiera quedar cerrada, pues solo sabía hablar y hablar. Fue en una de esas incomprensibles frases, producto ya de su avanzado estado, cuando delante de toda la familia se abalanzó sobre Graziela y, levantándola en sus brazos, le solicitó que se casase con ella a lo que el resto de la familia aplaudió fervorosamente. Graziela le otorgó el sí antes de besarle ardientemente.


El día antes de su regreso a España, establecido para el 29 de Diciembre, Graziela y Tarragüell mantuvieron una fuerte discusión. Ella quería que hiciesen el viaje de regreso juntos y Tarragüell se negaba. Graziela se sentía, más que disgustada, ofendida pues cuando le recordaba a Tarragüell su compromiso éste le contestaba que eso lo había dicho por el efecto de la bebida, aún cuando los días pasados juntos habían sido inolvidables. De regreso a su casa, y una vez que la abuela de Graziela tuvo conocimiento de las intenciones de Tarragüell, no se efectuó ningún comentario más por parte de la familia pues todos habían observado que la abuela, después de decirle al oído de Graziela unas frases, depositaba en su mano un pequeño objeto.


Pasadas las fiestas de los Reyes, Tarragüell se incorporó a su puesto de trabajo si bien se disculpó con sus jefes dado que, desde hacía días, soportaba unos inmensos dolores de cabeza a la vez que sentía dolores agudos en su brazo izquierdo. Por insistencia de sus compañeros al final dio su conformidad para que el doctor del centro le realizase un examen, sin que éste llegase a su final pues lo que estaba sufriendo era un fuerte ataque al corazón por lo que, rápidamente, fue trasladado al hospital. Tras más de una semana de hospitalización en la que su vida pendió de un hilo, los médicos le dieron el alta no para trabajar sino para continuar con el reposo en su domicilio.


Como todos los jueves de cada semana la asistenta hizo entrada en el apartamento de Tarragüell. Solo necesitó un vistazo para darse cuenta que tenía más trabajo del acostumbrado. Las maletas del viaje todavía se encontraban sin deshacer y, tras preguntar a Taragüell como se encontraba, se predispuso a introducir la ropa sucia en la lavadora. Al desplegar, para plancharla, la única americana que se había llevado de viaje, pues Tarragüell no se fiaba en demasía de las lavanderías, notó que la plancha efectuaba un pequeño tropezón a la altura del bolsillo superior. Introdujo sus dedos y sacó un objeto que, por cuyo gesto, no era de su agrado. Una vez que se lo enseñó a Tarragüell sintió como, de nuevo. el dolor de cabeza y de brazo aumentaba de intensidad creyendo entender ya no solo su por qué sino el de algunos otros.


No perdieron tiempo con los saludos. Ramírez y Ortuño, inspectores de la Comisaría Central, se presentaron en casa de Tarragüell con los expedientes que éste les había solicitado. Tarragüell, abriendo todas y cada una de las carpetas, fue directo a la información que le interesaba. Todas las víctimas contaban con un nexo común: un viaje, días previos a su muerte, a la república Dominicana. Tan sólo faltaba el remate final y es por eso por lo que les urgió que regresasen de nuevo a comisaría para coger todas las bolsas que contenían las pruebas de la investigación de los tres casos. Pasados pocos minutos, el contenido de las bolsas estaba a la vista de los tres inspectores.


- ¿Lo veis?, inquirió Tarragüell.


Fue Ortuño el primero que reaccionó, aunque por los gestos Ramírez también coincidía con su compañero.


- ¡No me jodas!, Tarragüell. Eso no se lo cree nadie. Me parece increíble que tú, ahora y a estas alturas, creas en estas leyendas urbanas.


Tarragüell, con sumo cuidado, tomó en su mano los cuatro objetos incluido el suyo. Fue en ese momento cuando sintió un gran pinchazo en su corazón al igual que si fuese atravesado por una lanza, cayendo desplomado al suelo.


- ¡ Ortuño!, avisa a una ambulancia. Déjalo, no hay nada que hacer. Está muerto.


- Pero, ¿cómo puede ser esto?, si se encontraba más o menos bien, respondió Ortuño.


- ¡Y yo que sé!, pero ni se te ocurra tocar esos jodidos muñequitos que, encima, tienen atravesados alfileres por todo el cuerpo.

domingo, 25 de octubre de 2009

Isidoro, el "Padre Patera"


Por José Manuel Beltrán


No he podido resistirme más. Existen determinados temas, cada cual los cataloga como quiere, que forman parte de la intimidad personal. Son tus convicciones, tus ideas, tus principios que, acorde a las normas sociales o no, son tan válidos como los de cualquier otro, siempre y cuando ¡claro! no conlleven violencia o ataque a la vida del nacido, así reconocido legalmente.


Es por ello que hablar de la Iglesia, en sus distintas variantes, tiene como consecuencia emitir juicios a buen seguro discordantes con los de los lectores que te juzgan. El registro de mi nombre en la partida de bautismo, en un acto impuesto por mis padres sin mi consentimiento, viene a decir que lo estoy al amparo de la Iglesia Católica. Recuerdo haber reseñado ya aquí, y si no es así lo repito ahora, cómo fui expulsado por primera y única vez en mi vida de una clase, por ende de Religión. Ante la disertación del profesor-cura en cuestión sobre el bautismo, un servidor alzó la mano para preguntar: ¿Si Jesúscristo fue bautizado en el río Jordán a los 33 años; qué razón tiene que a nosotros nos bauticen nada más nacer si no tenemos el suficiente uso de razón para decidir sobre ello? ¿Acaso no es esto ir en contra de los propios actos de Jesús?. La respuesta fue inmediata y tajante: “Beltrán, cierre usted la puerta por fuera”, que en “cristiano” significaba: “está usted expulsado”.


Son muchas más las dudas que adquirí y de las que, hasta este momento, no he sabido solventar pues, a pesar de mi lectura sobre la Biblia –pues para opinar hay que intentar tener el mayor conocimiento posible- sigo registrando demasiadas incongruencias que, al hilo de los años, y con la utilización del poder que esta Iglesia ha adquirido me resultan tremendamente desagradables.


Los hechos históricos, y todavía los que por cercanía de tiempo no lo son, vienen a demostrar cada una de estas dudas. No dudo de que ha habido acciones en el buen camino pero son ¡tantas y tantas! las que se separan de la buena acción que la institución ha terminado por devorar a muchos de sus miembros, abduciéndolos para recorrer un camino en el que las dudas se resuelven con tamaña irracionalidad: “Es dogma de fe”.


Pero ha habido, hay y habrá personas que, adecuados a los tiempos y por medio de sus actos, siguen el mismo camino que leemos en los Evangelios. Uno de ellos es, Isidoro “el Padre Patera”, quién va vestido a todas partes con su clásico hábito franciscano, sus sandalias y la cruz haciendo efectivo el refrán que dice: “el hábito hace al monje”. Dice él, que le ayuda interiormente y le aporta fuerzas para no rendirse ante las adversidades. Isidoro, como a él le gusta que le llamen, tiene su base por él fundada en la casa de acogida Virgen de la Palma, en Algeciras. Desde allí, a pesar de los que lo critican por no respetar la ley de extranjería y atender a los “sin papeles”, viene prestando ayuda desde el año 2.000 a más de 500 mujeres, fundamentalmente africanas y en buen número embarazadas, que tras una larga travesía dónde han sufrido todo tipo de vejaciones arriban a nuestras costas en las cochambrosas y peligrosas pateras. A él, ya le han hecho sentir que es el “Padre” de más de 200 niños nacidos. Ha preparado biberones, potitos, rellenado infinidad de papeles en los juzgados y oficinas de extranjería, con su delantal prepara las comidas y se “patea” las grandes superficies en busca de alimentos; o la lonja o las tiendas de otros comerciantes más humildes dónde recoge todos esos alimentos que para nosotros, católicos o no, vemos en estado visual más deficiente o a punto de caducar.


Sus “panochitas” como así llama él a las mujeres africanas, embarazadas o con bebés, le están tremendamente agradecidas y son multitud las cadenas de televisión y revistas que se han acercado para reseñar su labor. Fue uno de los héroes europeos para la revista Time y ha estado propuesto (¡y no se lo han concedido!) para los premios Príncipe de Asturias.


Sus ideas sobre la inmigración son realistas y nada ingenuas. “Solo deberían venir a España inmigrantes con contrato para cubrir los puestos de trabajo, pero siempre con contrato.” Es partidario de legalizar la prostitución para evitar que las mujeres caigan en las redes de la mafia. “Trafican con ellas y las controlan allá dónde van”. Isidoro no hace proselitismo ni intenta convencer a las personas a las que ayuda. “Yo no predico, sólo actúo con el ejemplo, aunque alguna sí se ha convertido”. Se abruma cuando lo comparan con la Madre Teresa de Calcuta. “Ella es santa y a mí me falta mucho. Yo trato de vivir el Evangelio, no solo predicarlo, y si hay alguien que tiene hambre o sed, alimentarlo y darle de beber es mi obligación”. Me quedo con su sencillez y la forma de decir las cosas claras. Con su gracejo andaluz rememora una frase que San Juan de la Cruz le dijo a Santa Teresa: “seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos menos”.


Gracias, ciudadano Isidoro, por demostrarme tú –no como el cura-profesor- que las convicciones están en uno mismo y muy apartadas del poder oligárquico de los que dicen representar la bondad de tus actos. Gracias, en nombre de los que no solo no te dan las gracias sino que tampoco te dan nada efectivo para continuar ayudando e incluso piden mayores exenciones fiscales para no pagar por sus riquezas.


Ya sé que dependes, en buena medida, de las donaciones. Y por eso, como bien dices, como toda publicidad es bienvenida –y máxime para tales frutos- yo aquí dejo reflejada ( y esto es una excepción por mi parte ) la cuenta de Caja Madrid dónde cualquiera de los ciudadanos que lean esta humilde reseña puedan colaborar contigo.

Cuenta de Caja Madrid ….. 2038-5867-09-4500542918.

Su dirección web es la siguiente: www.padrepatera.net


Para todos vosotros, salud ciudadanos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Titanic. Relato corto


Como todos los lunes, os dejo con el relato que publiqué el pasado sábado, 10 de Octubre, en el Bloguecedario. Esta vez, la frase propuesta era: ¡Sálvese quién pueda!. Que lo disfrutéis.


Por José Manuel Beltrán


Fueron muy pocos los no asistentes a la convocatoria. En los días anteriores, por distintos medios, ya habían hecho llegar su justificación que, en la mayor parte de los casos dada la variedad, resultaban hasta cómicas. El resto, como verdadera marea humana, iba adentrándose al auditorio previamente engalanado para el acto consecuencia de la multitud de medios de comunicación que se harían eco del mismo. Los abrazos y parabienes, en muchos casos tan falsos e hipócritas como los que realizas a tu peor enemigo, se sucedían sin doquier siendo la pregunta más repetida la de ¿qué tal el viaje?, para a continuación preguntar por la familia, coincidiendo todos en referirse únicamente a la señora esposa. Por supuesto, en el caso de aquellos que conocían de otro tipo de relación, la pregunta se hacía de una forma más discreta y se obviaba, si en ese momento estabas acompañado.


Con unos pocos minutos de retraso sobre el horario inicialmente previsto el presidente dio por iniciada la reunión. En un acto casi autómata las lujosas carpetas de cuero curtido que reposaban sobre la mesa se abrieron casi simultáneamente. Allí quedaba reflejado, no solo el orden del día de la reunión, sino diversas propuestas de estrategia que la dirección ya había acordado se llevasen a cabo. Este detalle, nunca nimio, es lo que hace que el encuentro resulte inservible pues todo parece ya totalmente acordado sin que exista lugar al debate. Pero hasta ahora, aún cuando la lucha por el alcanzar el máximo de influencia continuaba vigente, los resultados no habían sido malos. Muchas eran las prebendas que disfrutaban, ya no solo ellos sino también familiares y amigos, aunque estos últimos en muchos casos debían de pagar más adelante su precio.


Tras casi dos horas, sin interrupción alguna, la reunión llegó a su final no sin que antes se realizase la última arenga.


-Amigos, está será nuestra última reunión general antes del gran día. Quién así se manifestaba era el presidente de la Comisión de Organización. No os voy a cansar mucho, toda la documentación sobre las acciones a ejecutar están en el dossier que os hemos entregado. Sí deciros que nuestros oponentes se están organizando muy bien por lo que es necesario, obligatorio diría yo, que dejemos a un lado nuestras rencillas internas y nos volquemos en reforzar la idea de unidad. Sólo de esta forma podremos, de nuevo conseguir nuestro objetivo. Atacar con mesura, pero atacar vosotros antes que ellos pues, aunque somos muchas familias –en demasiadas ocasiones muy divididas- no podemos dejar que nos arrebaten el poder hasta ahora conseguido.


El otoño mostraba su evidencia por cualquier lugar por el que uno se quisiera pasear. Las fachadas de los edificios parecían un gran mosaico multicolor dado la diversidad de carteles que, sin ningún respeto por su orden teóricamente preestablecido, entremezclaban caras con logotipos y también mensajes, cuya única coincidencia era una palabra. Los medios de comunicación, para regocijo de sus arcas, repetían esos mismos mensajes y, cada cierto tiempo, evidenciaban con sus encuestas lo que, para algunos, quisieran que fuesen los resultados finales. También aquí la lucha era encarnizada.


Los grandes auditorios, las plazas de toros –aprovechadas en este caso, por fortuna, para no derramar sangre-, los estadios y parques públicos se llenaban de banderas que portadas por una ingente cantidad de personas proclamaban a los cuatro vientos un deseo de cambio. Era el rojo el color dominante, un rojo que no emulaba al de la sangre sino a la esperanza y la ilusión. Y así, día tras otro, con una aceptación popular jamás vista se preconizaba el fin de una era máxime cuando la debilidad en las filas contrarias era cada vez más evidente.


- Landelino, esto va mal, muy mal diría yo. Como todos los días, el Secretario de Organización informaba de la evolución de la jornada anterior a quien había sido designado, de forma más bien forzada, a presentar su candidatura.


- Pero Iñigo, ¿qué pasa, que nadie tiene interés por nuestras propuestas?, inquirió Landelino.


- Aquí cada uno va a su guerra. Más bien parece que luchamos contra nosotros mismos y algunos, como Miguel Herrero, nos conoce muy bien. Esto va a ser un fracaso, lo presiento. Lo siento Landelino, los candidatos no confían ni en ellos mismos.


- Pero, si a todos estos los hemos amamantado durante todo este tiempo. Los sacamos de sus cavernas y ahora, cuando vienen mal dadas, nos traicionan de esta forma. Iñigo, por favor, haz algo. Sería injusto que tengamos que acabar así. Nosotros hemos hecho historia.



Aún cuando esa acepción ya estaba asignada, la noche del 28 de octubre de 1.982, en su versión española se puede considerar la Noche de los Cuchillos Largos, por suerte sin derramamiento de sangre. No fue necesario alargar en demasía la agonía ni la posterior y obligada comparecencia de prensa. Minutos antes de la misma, una de las puertas de la habitación reservada del hotel se abrió dando paso a Iñigo. Al final de la misma, un abatido Landelino que seguía conservando su peculiar peinado a base de gomina, disfrutaba de un güisqui ya en sus últimos alientos.


- Hola, Iñigo. ¿Qué me cuentas?


- No ha podido ser. Tan sólo hemos sacado once diputados o lo que es lo mismo, hemos perdido 157. Felipe ha arrasado y Fraga ha subido mucho. Lo siento mucho Landelino, nos hemos hundido.


- No te preocupes. Así son las elecciones. Ahora lo que debemos es seguir trabajando por el país. Tú has sido leal y has hecho un trabajo honesto, Iñigo.


- Lo he intentado, eso no me cabe duda. Pero lo que más rabia me da son las preguntas que he recibido de muchos de los candidatos, casi coincidentes.


- No te entiendo, ¿qué preguntas son esas?, inquirió Landelino frunciendo el ceño.


- Se preocupaban por los préstamos bancarios del partido, por sus aportaciones que suponían no iban a fondo perdido, pues siempre las habían recuperado por los buenos resultados. Así es como muchos me han indicado que en esta nueva situación mejor era aplicar la frase: ¡Sálvese quien pueda!.


- Mezquinos políticos, por llamarles de alguna forma. Siempre han mirado por su interés y así nos ha ido. No merecen ni respuesta. Buenas noches, Iñigo.

domingo, 18 de octubre de 2009

Menage a cinq

Por José Manuel Beltrán

Sucedió hace unas semanas. Unos invasores, procedentes del este de la provincia de Málaga, conquistaron mi castillo ubicado en la zona media de El Capricho con sus estómagos llenos sin que la centinela, que en ese momento,custodiaba mi morada, pudiese hacer nada por impedirlo. Les acompañaba una valkiria vikinga que, por supuesto, procedía de lugares más al norte.

Mi llegada no fue tal sorpresa para ellos pues, aunque no en son guerrero sino más bien plácidamente, me aguardaban sentados sobre una pequeña atalaya con vistas al jardín. Aún cuando en fechas anteriores había recibido nuevas sobre la posibilidad de tal invasión desconocía yo, con certeza, la hora de la misma. Tal es así que a mí, que me gusta entablar batalla siempre con el estómago lleno, la invasión me cogió desprevenido por lo que, el excelente plato de lentejas que de inmediato me fue servido debió de ser devorado entre prisas pues desconocía totalmente los siguientes planes de los invasores.

La rubia valkiria impuso la calma necesaria a mi desasosiego. Los invasores, absortos y cómplices de una animada charla en la que las venturas y desventuras se profesaban por doquier, se acomodaron y participaron de la misma con inusitado entusiasmo. No eran leyendas urbanas las que se sucedían por boca de los asistentes, aunque algunas eran interrumpidas por un lenguaje original proveniente de uno de los invasores.

Tras un cierto tiempo la rubia valkiria, acompañada en su decisión por la soberana del castillo, hicieron levantar el campamento ofreciendo una nueva aventura. Hacía tiempo que las tranquilas aguas del mar no eran vigiladas, por lo que se hacía necesario montar una patrulla para bajar a la playa. Como buenos escuderos, la valkiria y la soberana encontraron guardia de honor tanto en los invasores como en mí mismo y así, de tal manera aún cuando algunos envestidos en ropa más ligera, avanzamos hasta adentrarnos en las aguas del mar. Como vigías quedaron los invasores.

Refrescado el ambiente se decidió efectuar patrulla a lo largo de la costa, pudiendo observar numerosas señales que, efectuadas con la propia arena de la playa, nos mostraban detalles artísticos de otros moradores. Antes del atardecer, la patrulla se detuvo para saciar su sed en una taberna, también a orillas de la playa. Sugerí absorber cierta pócima a lo que la rubia valkiria accedió siendo degustados diferentes brebajes por el resto de los componentes de un carácter menos embriagador.

La puesta del sol nos indicaba lo cercano de un nuevo avituallamiento, esta vez mezclando brebajes con otro tipo de alimentación diferente a las legumbres. Reconocida, pues fama la precedía, una nueva posada los cinco componentes de la patrulla cenaron copiosamente manchándose los dedos, unos más que otros, ante los productos del mar.

Horas más tarde, cuando ya buena parte de la ciudadanía había conseguido localizar su propio catre, la patrulla se relajó saboreando en nueva animada charla unos productos que resultaban digestivos, por encontrarse más fríos de lo normal.

Con pocas horas para recibir al alba uno de los invasores recibió llamadas, mediante un eco especial, que reclamaba su presencia allá de dónde provino. Tras unos fuertes abrazos, besos y demás palabras de congratulación, todos, los cinco quedaron satisfechos por la colonización efectuada y recibida al mismo tiempo.


Este es el relato del encuentro de cinco blogueros en Marbella, hace escasas semanas. Sus protagonistas fueron: Montse, como la rubia valkiria; Nuria, como la soberana; Rampy y Alijodós, como los invasores y el ciudadano José Manuel (un servidor) como “el del plato de lentejas”. Chicos, sois fantásticos. Y si queréis conocer otro punto de vista, entonces debéis pinchar aquí.

viernes, 16 de octubre de 2009

Risas forzadas


Por José Manuel Beltrán


La risa, como pura reacción biológica del ser –que no solo humano, pues el resto de los animales también la realizan- es una expresión que nos denota alegría ante diversas situaciones, normalmente de humor. Además, esto está al parecer más que demostrado, conlleva efectos positivos para nuestra salud.


Existen otras expresiones no tan radicales como la risa, que por cierto también puede catalogarse acorde a su intensidad, y esa puede ser la sonrisa. Es una reacción más leve que la anterior y, en ocasiones, hasta silenciosa. De ésta muchos desconfían pues a lo que usualmente identificamos de satisfacción, alegría y humor otros, ante la falta de ruido se pueden tomar ese tipo de sonrisa como de sátira; incomodidad o hipocresía.


Lo habitual es que sea alguien o algo lo que te produzca la risa. ¡Vamos, que la gente no va por ahí riéndose porque sí!. Algunos, consecuencia de su mayor gracia, provocan esa risa también de forma natural; otros, tardan más en calentar el ambiente y son ellos los provocadores no por la situación que hayan generado –por regla general no graciosa- sino porque antes de que inicies tú la carcajada son ellos los primeros en efectuarla. Es como si te estuviesen diciendo ¡venga ríete!.


Y aquí es dónde yo quería llegar. Me gusta reírme de forma natural, supongo que a vosotros también, y ser yo quién decida si lo que se dice o se hace me resulta gracioso o no. Es por ello por lo que, recuerdo, determinadas series de televisión –de esas que llevan tantas y tantas temporadas en antena- y, la mayor parte procedentes del mercado estadounidense, en las que la risa se encuentra “enlatada”. Cualquier tipo de comentario, que si tuviese un cronómetro me atrevería a decir que es “risa secuencial”, viene acompañada de unas carcajadas que si uno las escucha bien parecen ser siempre las mismas. Así que, el productor o quién corresponda, decide salvar los papeles de los guionistas ante tan mal guión y lo “arregla” con la risa enlatada pues en el momento de la grabación –no como ocurría antes- no existía público en directo en el plató.


La cuestión viene de antaño cuando, ni siquiera, existía la televisión. Allá por 1.932, un cómico cuyo nombre era Eddie Candor, tenía un programa de radio con público invitado al que se le exigía estar en silencio. Dicen que un día hizo su programa con el sombrero de su mujer y el público no pudo contener las risas que se emitieron en antena. El productor comprobó que de esta forma el programa había subido de audiencia y es así como este hecho se repitió a partir de ese momento.


Si observamos la, para algunos porque yo no la soporto, popular serie Friends nos daremos cuenta del atropello de risas enlatadas sobre situaciones que no tienen gracia ninguna y claro aquí, en este país que no necesita que nos den lecciones de risa, viene Aída y también se incorpora –por suerte no con tanta frecuencia-.


Así que, ciudadanos, yo prefiero vuestra risa natural y las latas, que ya ni para eso, para el tomate frito. Nada más por hoy salvo: Salud, ciudadanos.

jueves, 15 de octubre de 2009

Más de 100 entradas


Por José Manuel Beltrán

Más de 100 entradas, exactamente esta que ahora leéis es la número 104. La primera, lo fue allá por el 28 de Diciembre del pasado año. No tengo ni idea en que estaría pensando, pues el día se las trae: El de Los Santos Inocentes. Así que, la inocentada la estáis pagando vosotros durante todo este largo tiempo.

Si hay algo de lo que me siento satisfecho es de poder dar rienda suelta a mi imaginación. Siempre me ha gustado escribir, de hecho en tiempos ya muy pasados, mis apuntes no necesitaban ser transcritos nuevamente a eso que se llama "a limpio" y esto mismo viene siendo lo habitual cuando de escribir aquí se trata. Pero también es verdad que hay otras razones, mucho más importantes que las mías propias.

Sin temor alguno a la exageración, la razón por la que este blog se creó era la de compartir vivencias, experiencias, opiniones, en razón o no de las reflexiones propuestas. Sois todos vosotros, los que leéis el blog, los que lo comentan cuando su tiempo se lo permite; los que dais vida a este proyecto, ahora como un bebé con nueve meses de vida.


Hasta la fecha han visto la luz 104 artículos, lo que supone una media de casi 1 artículo cada 2 días y un poquito; aún cuando la cifra más escalofriante la ponéis vosotros: Un total de 1.119 comentarios. MIL CIENTO DIECINUEVE voces que, con criterios dispares y en total libertad, han dejado su huella en esta ventana. Lo habéis hecho siempre tal y como cada uno de vosotros sois: con respeto, con libertad, con discrepancia, con elegancia, con gracia y salero, con sutileza, con pasión en algunos casos, con... con... con...

Es verdad que el contenido del blog ha cambiado un poco de lo que, inicialmente me proponía. Comencé con contenidos propios de la Ciudad dónde vivo: Marbella, y que en el futuro también tendrán cabida. Me marqué una línea a la que yo autotitulo, sin mayor mérito por supuesto, de reflexiones. Y, compatibilizado con otros artículos en periódicos, pues efectivamente reconozco que me gusta escribir, me lanzé a los ruedos con la ilusión del novillero ante su primera oportunidad, para escribir mi primer relato corto. Personajes inventados; historias ficticias o, como diría un buen gallego, quizás no. Es aquí, en este apartado que cada vez me gusta más, dónde doy rienda suelta a toda mi imaginación.

Algunos me han comentado que les gusta el estilo con el que se desarrollan los relatos pues les hace involucrarse en ellos como si fuesen también el protagonista. Os puedo decir que yo hago lo mismo cuando lo escribo. Intento crear un ambiente, desarrollarlo y que, avanzando las líneas, se cree cierta tensión para adivinar el final, en ocasiones no el esperado.
Pero esto es lo que te brinda escribir en tu propio blog. Satisfacción, no por lo escrito que sí me la da, sino por saber como las cifras anteriores me lo han demostrado que vosotros, los lectores, estáis allí. Por ese simple motivo CIUDADANOS solo os puedo decir, simplemente, GRACIAS.

lunes, 12 de octubre de 2009

Héroe y hombre


Como todos los lunes aparece hoy aquí el relato publicado en el Bloguecedario el pasado sábado 3 de octubre. Esta vez la frase propuesta era: Tengo miedo. Gracias a todos por vuestro seguimiento.

Por José Manuel Beltrán.

La habitación, encuadrada en la parte más septentrional del edificio, poseía unos grandes ventanales por los que rara vez se adentraban los rayos del sol. Esta circunstancia, aparentemente meteorológica, quedaba anulada por la verdadera y esa no era otra que las instrucciones recibidas, siempre de forma categórica, por parte de su temporal inquilino.


- Señorita Morris, creí haberle dejado bien claro que la persiana debía de estar siempre bajada.


- Lo siento, general. Pensé que le agradaría un poco de sol. En el exterior hace mucho frío, propio del mes de enero.


- Usted, señorita, no sabe bien lo que es pasar frío ni tampoco, seguro, sentir que su cuerpo queda abrasado por el calor.


Diligentemente se apresuró a cumplir la orden, sin esbozar ningún gesto que pudiera hacer sentir al general que el tono de sus palabras no era el apropiado para los servicios que ella le prestaba. Conocía perfectamente los sufrimientos por los que había pasado en tantas y repetidas ocasiones, pues muchas habían sido las misiones cumplidas siempre en defensa de la nación. De hecho no es que los supiese por voz de terceros, aún cuando era imposible haberse abstraído no sólo a la lectura sino a los innumerables actos de homenaje que el general había recibido. Los conocía de su propia voz pues, cuando su estado de ánimo era más relajado, gustaba de contarle como se habían desarrollado todas las misiones en las que había intervenido que, para los demás, tenían la consideración de actos heroicos.


Las consecuencias de aquel ataque a la base naval de Pearl Harbor había cambiado totalmente su vida, al igual que la de muchos de sus compatriotas. Su alistamiento, en su caso, no pudo decirse que fuera forzado. Era tal el odio que sentía que fue uno de los primeros de su pueblo en rellenar los papeles para, después de un duro adiestramiento, encontrarse destinado en primera línea de combate. Nadie le podía dar lecciones sobre el frío húmedo de la selva tailandesa cuando, destrozada su compañía y sin más comida que la encontrada en la jungla, soportó mil y una emboscadas de los “amarillos”. Es así como su tenacidad, sufrimiento y altas dosis de paciencia tuvieron su recompensa ya que, con sólo cuatro hombres más, lograron aniquilar a todos los componentes de la importante posición japonesa que obstaculizaba el avance de las tropas. Por esa acción, el alto mando tuvo a bien recompensarle con una nueva estrella que se sumaba a las condecoraciones ya recibidas por anteriores gestas en un acto público que tuvo que demorarse más de lo debido, consecuencia de su hospitalización por la fiebre tifoidea amén de otras importantes secuelas.


Cuando más orgulloso se sentía, sin lugar a dudas, era al relatar sus aventuras en el desierto africano y no por la importancia de las misiones, que sí la tuvieron, sino por haber estado a las órdenes directas del General Patton. Él si fue un verdadero héroe, por el que nunca había perdido su admiración a pesar de las, para él, injustas y cobardes críticas que le realizaron. A sus órdenes y a pesar de poner en elevado riesgo su vida, como la de sus soldados, logró paralizar la ofensiva de Rommel destruyendo varias de sus columnas. El desierto es muy duro para un soldado pues, a las altas temperaturas del día le siguen noches gélidas que dejan tu cuerpo en un estado casi inerte. Patton, antes de ser relevado en el mando para hacerse cargo de la invasión de Sicilia, solicitó nuevas recompensas para su persona pues todas las acciones realizadas habían sido de alto riesgo y habían tenido como consecuencia la victoria ante el enemigo.


La puerta de la habitación se abrió y la espigada señorita Morris avanzó lentamente hacia el lugar que ocupaba, cuidando de no hacer demasiado ruido con sus tacones.


- Disculpe general, el Secretario de Estado quisiera hablar un momento con usted pues, al parecer, tiene una excelente noticia que a buen seguro le agradará.


La señorita Morris, en voz más baja y ya cerca del oído del general aún cuando nadie más se encontraba en la habitación, le indicó: Por el sobre que porta en la mano creo que son noticias de la Casa Blanca y además le acompaña el general Campbell, Jefe del Estado Mayor.


- Dígales que ahora no me encuentro en condiciones de recibirles. Estoy muy cansado y lo único que necesito, de una vez por todas, es que dejen reposar el cuerpo de este soldado.


- Señor, insistió ella, con todo el respeto creo que aceptar esta visita es una obligación para usted como soldado además de un honor.


- Señorita Morris, estoy ya muy viejo para recibir honores. Solo me interesa la visita del doctor, que por cierto ya se retrasa. Búsquele y que sea él, si lo cree conveniente, quién me traslade las noticias.


Pasaron unos pocos minutos y esta vez la puerta no se abrió con tanta delicadeza como lo haría la señorita Morris. El doctor, a juicio del general, era un buen soldado de su profesión. Serio, sin ambages, aunque siempre con un tono cariñoso se había ganado su confianza.


- Doctor, por favor, dígamelo ya. ¿cuál es el resultado de las pruebas?, inquirió el general.


- Tranquilo general, vayamos por partes.


El general ya denotaba que no eran buenas noticias. Por primera vez, en mucho tiempo, el doctor no iba al grano. Nunca le había escuchado esa expresión: “vayamos por partes”. El doctor hizo aparecer de dentro del sobre una nota, de la que al trasluz se divisaba el membrete y sello de la Casa Blanca y que en sus apartados más importantes venía a decir: El Presidente, en nombre del Congreso de los E.E.U.U., tiene el honor de notificarle la concesión de la Medalla de Honor, máximo galardón de las Fuerzas Armadas, por la valentía e intrepidez demostrada, con riesgo de la propia vida y más allá de la llamada del deber, cuando ha entrado en combate contra los enemigos de los Estados Unidos”.


Por las mejillas del general se deslizaron unas lágrimas, no propias del soldado sino del hombre. Es así que, cuando pudo reponerse de ellas e intentando mínimamente incorporarse, le dijo al doctor


- Ahora ya sé, que el resultado de las pruebas es el que nos temíamos. ¿verdad, doctor?. Este soldado, por primera vez en su vida, le confiesa a un hombre: Me da miedo morir, doctor. Dígaselo usted, en persona, al Presidente y gentilmente rechace en mi nombre esta alta condecoración.