Por José Manuel Beltrán
Llevaba ya mucho tiempo esperando y, cada vez que llegaba el día, notaba las mismas sensaciones. Sin darse cuenta había hecho del acto un ritual, debidamente preparado en casi todos los detalles. Para nada le afectaban las variadas condiciones climatológicas pues, al fin y al cabo, la distancia a recorrer no era demasiado larga aún cuando tampoco se pudiera considerar corta. Siempre lo hacía sola, pues eran ya muchos años en su condición de viuda.
En ese espacio de tiempo, mantenía consigo misma una conversación que otros pudieran considerar superficial pero que, a ella, le suponía mantener totalmente encendida la vela de su ilusión. En muchas ocasiones, ella misma se preguntaba si tenía sentido lo que hacía. Nadie podía sospecharlo, pues tampoco era dada a dar excesiva rienda a su expresividad y es que, al fin y al cabo, no salía ningún sonido de su boca.
La conversación se iniciaba, siempre, de la misma forma. A forma de preámbulo, repasaba la lista de los incluidos colocándolos en un orden clasificatorio que, de acuerdo a sus necesidades actuales, había podido ser modificado en relación a la semana anterior. Lo que no cambiaba era la consiguiente reflexión, muy parecida a la que se realiza cuando, de hinojos, comienzas tu confesión ante un sacristán. No pedía ningún beneficio para ella. Le recordaba a su interlocutor etéreo todo su pasado, basado fundamentalmente en el trabajo y la familia. Nunca había dicho una palabra más alta que otra y, además de no quejarse, todos los que la buscaban encontraban su mano tendida. Creía que era su obligación y así lo hacía.
Pasada esa presentación previa, se lamentaba de no tener más que ofrecer y, aún cuando insistía en no querer nada para ella, sabía que los demás podrían solucionar en justa medida gran parte de sus problemas. La crisis había hecho demasiada mella en la situación familiar de sus hijos y los nietos, todavía pocos, aún manteniendo cubiertas sus necesidades básicas, sabía que no sería por mucho tiempo.
Nunca obtenía respuesta a pesar de haberse expresado claramente, y no lo entendía. Su corazón siempre colocaba mejor las palabras que su garganta y, por ello, insistía una y otra vez. Le resultaba molesto ser pesada, pero lo que ella solicitaba era de total justicia.
Llegó a la misma hora que las innumerables ocasiones anteriores. Le gustaba ser la primera para así encontrar la complicidad necesaria. Al otro lado del cristal, siempre encontraba un saludo esbozado con una cómplice sonrisa. Su respuesta, siempre mesurada, era recíproca aunque de forma mucho más leve. No necesitaban palabras, pues su mirada lo decía todo. Era sincera, limpia, evocaba un poco de tristeza y mucha resignación. Tras abrir lentamente su monedero y extraer una sola pieza, dobló y guardó cuidadosamente el trozo de papel. Suspiró y volvió a emitir un amago de sonrisa sin necesidad de abrir los labios.
Llevaba ya mucho tiempo esperando y, cada vez que llegaba el día, notaba las mismas sensaciones. Sin darse cuenta había hecho del acto un ritual, debidamente preparado en casi todos los detalles. Para nada le afectaban las variadas condiciones climatológicas pues, al fin y al cabo, la distancia a recorrer no era demasiado larga aún cuando tampoco se pudiera considerar corta. Siempre lo hacía sola, pues eran ya muchos años en su condición de viuda.
En ese espacio de tiempo, mantenía consigo misma una conversación que otros pudieran considerar superficial pero que, a ella, le suponía mantener totalmente encendida la vela de su ilusión. En muchas ocasiones, ella misma se preguntaba si tenía sentido lo que hacía. Nadie podía sospecharlo, pues tampoco era dada a dar excesiva rienda a su expresividad y es que, al fin y al cabo, no salía ningún sonido de su boca.
La conversación se iniciaba, siempre, de la misma forma. A forma de preámbulo, repasaba la lista de los incluidos colocándolos en un orden clasificatorio que, de acuerdo a sus necesidades actuales, había podido ser modificado en relación a la semana anterior. Lo que no cambiaba era la consiguiente reflexión, muy parecida a la que se realiza cuando, de hinojos, comienzas tu confesión ante un sacristán. No pedía ningún beneficio para ella. Le recordaba a su interlocutor etéreo todo su pasado, basado fundamentalmente en el trabajo y la familia. Nunca había dicho una palabra más alta que otra y, además de no quejarse, todos los que la buscaban encontraban su mano tendida. Creía que era su obligación y así lo hacía.
Pasada esa presentación previa, se lamentaba de no tener más que ofrecer y, aún cuando insistía en no querer nada para ella, sabía que los demás podrían solucionar en justa medida gran parte de sus problemas. La crisis había hecho demasiada mella en la situación familiar de sus hijos y los nietos, todavía pocos, aún manteniendo cubiertas sus necesidades básicas, sabía que no sería por mucho tiempo.
Nunca obtenía respuesta a pesar de haberse expresado claramente, y no lo entendía. Su corazón siempre colocaba mejor las palabras que su garganta y, por ello, insistía una y otra vez. Le resultaba molesto ser pesada, pero lo que ella solicitaba era de total justicia.
Llegó a la misma hora que las innumerables ocasiones anteriores. Le gustaba ser la primera para así encontrar la complicidad necesaria. Al otro lado del cristal, siempre encontraba un saludo esbozado con una cómplice sonrisa. Su respuesta, siempre mesurada, era recíproca aunque de forma mucho más leve. No necesitaban palabras, pues su mirada lo decía todo. Era sincera, limpia, evocaba un poco de tristeza y mucha resignación. Tras abrir lentamente su monedero y extraer una sola pieza, dobló y guardó cuidadosamente el trozo de papel. Suspiró y volvió a emitir un amago de sonrisa sin necesidad de abrir los labios.
En el transcurso de la semana, ni siquiera de forma tímida, su mente quedó desligada de esas sensaciones. Minutos antes de las diez de la noche del jueves, encendió el televisor. Sobre una libreta de color verde esperanza anotó unos signos que, aún descolocados, ella entendía perfectamente. Con mano temblorosa efectuando un pequeño pliegue en una de las solapas de su monedero, ya abierto, extrajo otro papel que se conservaba geométricamente doblado. Lo desplegó y contrastando los signos antes anotados en el papel verde esperanza no tuvo más remedio que, al igual que en muchas semanas anteriores, fruncir el ceño y decirse a sí misma “ ¡Bueno, no me ha tocado, pero seguro que la semana que viene si acertaré La Primitiva!.
Otra forma de ´rezar´para los descreidos como yo.
ResponderEliminarDichosa primitiva. !! Cuántas ilusiones ponemos en ella !! Pero para eso esta la salud, no??. Si no toca, que nunca toca, siempre queda la esperanza.
ResponderEliminar¿ Pero que digo yo ?, si nunca juego.
Cariño, me gustan tus relatos, aunque este, conociéndote,( a que sí ) me imaginaba el final.
Besitos cielo.
Joé, pos yo, hasta el final no he sabido de qué iba esto...
ResponderEliminarAy, Señor, que aún me cuesta verlo venir. jajaj
Eres la leche, ciudadano!
:)
Besos, Jose Manuel!!
Buenísimo!!! Lo mejor, el final. Me encantó!!
ResponderEliminarQuerido amigo, te luciste!!
BESOTES
Bueno, la ilusión es lo unico que se pierde.Muy interesante por lo cotidiano de la situación. Buen relato, Si Señor.
ResponderEliminarmuy bueno tu relato!!!!!!!!!
ResponderEliminarfelicitaciones, amigo y con ese final................besosssssss
Lo dice el refrán "en habiendo salud ......".
ResponderEliminarEs un relato diferente al mío, pero no es ni mejor ni peor. En eso consiste la grandiosidad de los blogs. Cada uno muestra pedazos de su corazón, y para eso todos estamos a la altura. Tú nos has recordado que la esperanza es lo último que se pierde, y yo me repito todos los días. Eso es un valor que no deberíamos perder.
ResponderEliminarMuchas gracias por este relato tan original.
Y no necesitas disculparte por no visitarme todo lo que te gustaría. A veces las circunstancias no son todo lo propicias que desearíamos.
Saludos desde La ventana de los sueños.
Muchísimas gracias José, siempre tan encantador!
ResponderEliminarBESOTES
Excelente relato.
ResponderEliminarBss de una ciudadan@ de Marbella.
Muy buena descrpción, te lleva de la mano hasta el final. Brillante el mismo.
ResponderEliminarSaludos desde esta orilla
Es excelente post, hasta el final estuve expectante, una esperanza de vida!besos.
ResponderEliminarJAJAJAJA!!!Gracias José, sos genial!!
ResponderEliminarBESOTES Y BUEN FINDE!!!
Cuantas ganas tengo de verte publicar en El Bloggercedario porque veo que vas a revolucionarnos con tus apasionantes escritos.
ResponderEliminarY mira que a mi me parecía que tu "musa" era la prota????
Ni caso que estoy muy lerda hoy.
Besitos doñito