Presenté este relato al II Concurso de Relatos de Marbella Activa, siendo elegido el mismo entre los diez finalistas. Ya ahora es ocasión de compartirlo con todos vosotros.
Dedicado a mis nietos: Ángel, Martín y David.
por José Manuel Beltrán.
TÍTULO: LA ÚLTIMA CENA CON EL REY
La
invitación recibida, esta vez de forma verbal, le cogió totalmente por
sorpresa. Ni siquiera llegaba a encontrar explicación de cómo él, un simple
ciudadano de la localidad, sin ningún mérito especial salvo el bagaje acumulado
en la mochila de la vida se podía ver incurso en tal acontecimiento. Aún así, inmediatamente
hizo suyo ese halo de gloria que suponía estar entre los elegidos sin mayor
empecinamiento que hiciese resaltar su incredulidad. No reparó más en ello. De
forma lenta sus párpados acusaron el cansancio de la intensa pero gratificante
jornada. Con tan solo cuatro años, un mico –así es como solía llamar de forma cariñosa a su nieto- le dejaba totalmente derrotado cada vez que le
visitaba.
Como suele ser habitual a lo largo
de todo el año, la climatología en Marbella invitaba al paseo. El disfrute de
la naturaleza, aunado con la interpretación de la arquitectura más
representativa de la ciudad, conforma un puzle de no difícil resolución pero
escasamente conocido por sus habitantes. Colocar cada una de las piezas en su
sitio, y reconocerlas al final de la jornada, no supone especial esfuerzo a no
ser ¡claro! que ese mico se empeñe en seguir jugando.
-Cocó ¿podemos ir a la playa para
hacer un castillo? –preguntó el mico a su yayo.
Cocó era el apelativo con el que,
desde que tuvo la más mínima facilidad de palabra, se dirigía a él. Todavía es
hoy y nadie de la familia se explica de dónde surgió el vocablo pero, sin duda,
ha quedado enraizado y resulta extremadamente curioso para todo aquel que lo
escucha.
-Haremos algo mejor –le respondió el
yayo-. Ya sé que a ti te gusta mucho la playa de la arena fina, con su color
casi dorado y a veces casi blanco. Las dunas de Artola, o también de Cabopino,
es un paraje precioso que, como te repito muchas veces, debemos de conservar y
cuidar. ¿Te acuerdas cuantas veces hemos subido y bajado esas pequeñas montañas
de arena en busca de plantas raras?
-Sí, Cocó –respondió el mico. Y
además he visto como la arena se movía sola. ¡Bueno, sola no!, tu me dijiste
que era el viento que la empujaba.
-Es verdad –le replicó Cocó. Además,
en esa torre tan alta…… ¿tú te acuerdas cuando jugábamos a los Skylanders? Pues en esa torre, que tiene
más de 14 metros
de altura y que se llama Ladrones, estaban los Musulman Drog vigilando y cuidando de la playa. ¿Quieres que
vayamos a descubrir más Skylanders por
Marbella?
-Sí, si quiero, Cocó. ¡Venga, vamos
a hacer de exploradores al igual que hacemos con Ángel y Martín!
En los grandes ojos de esa bella
criatura se reflejaba perfectamente la ilusión por la aventura y por la
fantasía, que en manos de un niño es muy difícil de superar. No era la primera
vez que, junto a sus otros nietos, se lanzaban a descubrir los paisajes de
Marbella. Los Cuchipandas, como así se habían autodenominado, habían explorado en
lo que era un simple juego los parajes naturales del Lago de las Tortugas, recogido piñas
secas en las faldas de Sierra Blanca, pegado un chapuzón involuntario en el cable
esquí de las Medranas o iniciado, en lo que de momento siempre había sido algo
fallido en su finalización -por cuestión de la edad en los miembros de la
banda- la ascensión a Juanar o al pico de La Concha.
Cada una de esas excursiones
–exploraciones las llamaban ellos- iba acompañada de una historia, cada cual
más fantástica, y donde el guión se creaba y moldeaba sobre la marcha. Así
nacieron los Skylanders de Marbella;
distintos personajes según la época y que moraban en cada uno de los sitios
visitados.
Un plácido paseo en bicicleta a lo largo del Paseo Marítimo, con las
consabidas paradas para descansar y repostar líquido, les encaminó a San Pedro
Alcántara y a Guadalmina. Allí, un nuevo Skylander,
llamado Romano Crack, les invitó a
enseñarles las Termas Romanas de las Bóvedas.
-¡Mirad, chicos! –comentó Romano
Crak. Esto es lo más parecido a vuestras piscinas de ahora. Aunque vosotros
os bañáis todos los días en la ducha o la bañera, nosotros lo hacíamos aquí;
todos juntos, aunque cada uno –como podéis ver- tenía su pequeña habitación y,
además, con agua caliente.
Mayor cara de asombro mostró el pequeño mico cuando Romano Crak llamó por teléfono a otro de sus amigos.
-¡Hola, Río Verde Ninja! Aquí
tengo a un mico que quiere ir a ver tu bonita casa. Enséñale, por favor, el precioso
dibujo de la medusa.
Tomando las bicicletas de nuevo atravesaron los muelles de Puerto Banús,
siempre repleto de embarcaciones, algunas de ellas interesantes. Un poco más
allá, y al atravesar un nuevo puente de madera que une ambas orillas de Río Verde,
disfrutaron con la visión de patos y aves asentados en la finalización del
cauce con el complemento de Sierra Blanca y el pico de La Concha.
-¡Toc, toc! Rio Verde Ninja,
¿podemos pasar? –preguntó el mico David.
-¡Claro que sí, adelante! Bienvenidos a mi casa. Esta es la Villa Romana
de Río Verde. Un poco alejada de la gran ciudad, pero es que aquí venimos a
descansar. Fijaros en lo bonito de los mosaicos sobre el suelo. Hay dibujados
animales, anclas, remos, flores, cuchillos, sartenes y hasta un hornillo o
calentador. Por favor, eso sí, caminar por el entarimado.
-Esto es muy bonito, Río Verde
Ninja. ¿Y esa cara que hay ahí? –el mico recordaba perfectamente la
indicación que le hizo Romano Crack
en su llamada telefónica.
-¡Ah, sí! Esa es la cabeza de la gran medusa. A mí me contaron que
Neptuno, un dios de los mares, se enamoró de la belleza de la medusa. Entonces
Minerva, que era otra diosa que le gustaba mucho Neptuno, se enfadó y convirtió
sus cabellos en serpientes. ¿Los ves?
-Sí, los veo. –respondió David. ¿Y esos patos?
-¿Te cuento un secreto, David? Pero en voz baja ¡vale! Luego tú se lo
cuentas al Cocó.
El pequeño David, acercando uno de sus dedos a sus labios cerrados,
quería ser cómplice de ese secreto.
-Fíjate bien en las cabezas de los patos, David. Quien o quienes lo
hicieron se han equivocado –le susurró Río
Verde Ninja. Todos los patos miran cada uno hacia un lado distinto, menos
uno. ¿Lo ves? Ese mira para el mismo lado que el de su izquierda. Y todavía no
sabemos por qué.
-¡Cocó, Cocó!, me han contado un secreto ….pero no te lo puedo decir
ahora ¡vale! –David se dirigió en voz baja a su yayo, haciendo el mismo gesto
de acercarse el dedo índice a sus labios. ¿Vamos a ver a más Skylanders?
-Por supuesto, pequeño. Cojamos de nuevo las bicicletas y vamos a
Marbella, a la ciudad vieja.
El gentío se apoderaba de las estrechas y coquetas calles del casco
antiguo de la ciudad. Les resultó muy difícil encontrar un lugar apropiado para
dejar sus bicicletas y recorrer, ya a pie, el pequeño laberinto allí formado. Musulm-an, otro Skylander, les guió por la parte más visible del antiguo castillo.
Les explicó como, hace ya muchos años, la ciudad se encontraba totalmente
amurallada y dentro de ella vivían quienes gobernaban, y los militares que la
custodiaban.
Más adelante, otros Skylanders
llamados Castella-nos, y que estaban
a las órdenes de unos reyes que les decían Los Católicos, se pusieron en guerra
con los Musulm-anes arrebatándoles
sus casas que se encontraban rodeando el castillo.
Llegaron a una gran plaza, la más importante, la más bella y, quizás, la
más degradada de la ciudad. El Skylander
Castella-nos les enseñó las bonitas casas allí construidas: la Casa del
Corregidor, con su fachada de piedra y sus escudos heráldicos; el Ayuntamiento
y lo que fue La Cárcel. Una pequeña pero muy bonita capilla, la de Santiago,
adorna la plaza en una de sus esquinas.
El pequeño mico, después de una intensa jornada, se encontraba cansado. Castella-nos les indicó la hora a través
de un curioso reloj solar, parcialmente tapado por una maldita sombrilla.
Parece ser que los Skylanders
modernos, no mantienen el total interés sobre lo que allí ocurrió.
A la vista de la tardía hora el Cocó recordó que para ese mismo día había
recibido una invitación; en lo que era una cita en firme. Raudos, retomaron sus
bicicletas para llegar hasta casa.
-Cocó, ¿mañana seguimos buscando más Skylanders?
–inquirió el mico, al que parecía habérsele pasado el cansancio.
-Por supuesto que sí. No lo dudes. Esta ciudad merece más de un paseo, y
no solo por los turistas que nos visitan sino, también, por aquellos que aquí
vivimos y disfrutamos de ella. Nosotros, al fin y al cabo, somos los turistas
privilegiados; aunque muchas veces no lo practiquemos como tú y yo hemos hecho
hoy.
Ya de vuelta en casa y después de asearse y vestirse para la ocasión,
encaminó de nuevo sus pasos hacia el epicentro de la ciudad: la Plaza de los
Naranjos. Ese era el punto de la cita de lo que, como gran acontecimiento, se
le había anunciado.
En esa hora ya nocturna, y recordando la jornada con su nieto, un gran
número de modernos Skylanders había
tomado, como si de una manifestación se tratase, el recinto de la plaza.
Vestidos con indumentarias de todo tipo, en muchos de los casos hasta
chabacanas, todos se arremolinaban buscando un sitio para disfrutar de la
velada.
A la hora acordada, se encontró y saludó a un buen amigo que era quien le
había hecho llegar la invitación. Le acompañaban unos importantes empresarios
turísticos que, recién llegados a Marbella, querían conocer los atractivos de
la misma: su historia, su gente, sus costumbres y su potencial desarrollo como
ciudad sostenible.
La idea me pareció estupenda y, aún así, decliné cortesmente la
invitación para cenar. El introductor, mi amigo, y los invitados habían
reservado mesa para cenar al lado del Rey. Les parecía algo peculiar, por no
decir curioso. Cenar en la Plaza de los Naranjos, a cubierto por unos toldos de
un relativo relente, arrinconados por más mesas y sillas y ….. al lado de la
estatua del Rey. ¡No, gracias! Marbella es más que eso. Ya estoy convencido que
algunos Skylanders locales son los
que sobran pero, esto último, procuraré no contárselo a mi mico.
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