Relax vacacional

Por José Manuel Beltrán

Ya ha comenzado la desbandada. A pesar de los difíciles tiempos de crisis económica los ciudadanos españoles, en un buen número, han cambiado de forma temporal su residencia. También lo han hecho otros, allende de nuestras fronteras, pero no conozco de tan de primera mano el por qué de sus motivos, por lo que evitaré mi opinión al respecto en lo que a ellos se refiere.

Quiénes tenemos la fortuna de vivir en un núcleo poblacional, sin tanta condensación como una gran urbe, nuestro relax se puede ver alterado por los comportamientos de esos fugitivos estresados. Son éstos, quienes traen una primera buena intención: Descansar, cambiar los hábitos diarios, relajarse plácidamente al sol; disfrutar de un buen espeto de sardinas así como de la lectura sosegada del periódico y, disfrutar de la familia más tiempo del que realmente, por horarios laborales absurdos, se disfruta en la vida cotidiana y mundana.

La realidad, pasado el primer momento de excitación, puede ser realmente distinta. Los niños, desde primera hora, quieren disfrutar de la piscina del hotel o de la playa.

“ ¡Por favor, chicos, esperad un poquito que tan sólo son las 10 de la mañana! “ , da lo mismo que se la apliquemos a un cónyuge u otro.

“ Claudia, baja tú con ellos que yo voy más tarde, ya con el periódico. ¿Te traigo el “Hola” y la revista de decoración, cariño? “, es la forma más sutil que Ricardo tiene para quitarse de en medio.

“Cariño, juega con los niños que parece que ya se aburren”, le dice Claudia a su marido cuando éste, después de acabar la lectura del periódico sólo piensa en quitarse de en medio para tomar una cervecita sin tanto alboroto.

Qué decir, cuando acercándose la hora de la comida debemos de esperar, a pesar que hayamos efectuado reserva, para conseguir mesa con mantel de papel en el chiringuito cercano. Aún cuando hayamos encargado la paella, es tal el número de demandas que deberemos esperar el tiempo necesario para que el arroz esté en su punto. “Tranquila, cariño, ya no tardará mucho. ¡Chicos no comer tanto pan, que luego dejáis la comida! “.

La siesta, a pesar de la complaciente tumbona con su colchón envejecido, no se presentará tan cómoda pues no se sabe por qué el sol se empeña no estar siempre en el mismo sitio; tranquilo, plácido, sosegado e inmóvil.

La vuelta al hogar trashumante, previo al paseo y heladito de turno, es motivo de nuevas fricciones. El espacio dónde se ubica la ducha no es ampliable y modelable a la cantidad de usuarios. La pega es que, quién va primero tiene después más tiempo para aburrirse, a la espera del resto.

La cena, tiene que ser a una hora ni muy temprana ni tarde. O sea, que todo el mundo coincidirá a la misma hora, por lo que la batalla por la reserva de mesa se vuelve a producir, eso sí, sin heridos. Si bien la hora de acostarse, por acuerdo generalizado de todos los componentes, será tardía no puede ser tampoco excesiva. Y lo peor de todo, es que no podremos disfrutar de una copita en el “pub” dado que el ejemplo que me interesa ilustrar es el de una familia normal, es decir, sin “chacha”, “tata” o calificativos estúpidos con los que denominan a las sirvientas.

Así, día tras día, por lo que sólo queda el regreso a tu feliz hogar; a tu feliz vida cotidiana; eso sí, después de aguantar horas y horas de atasco generalizado para poder llegar a tu casa.

Pero, aparte de los puntos que has ganado con tu tarjeta en la gasolinera por tu repostaje, el resto más que vacaciones relajantes es el precio que hay que pagar por querer disfrutar de un relax vacacional.

Salud, ciudadanos.