lunes, 19 de abril de 2010

Paleto de ciudad



Cuando alguien te propone, como en mi caso ha sido por los amigos de el Bloggercedario, que hables de tu ciudad favorita; te están involucrando en un problema. Algunos de vosotros lo tendréis claro pero, en mi caso, no es así. En cualquier caso, la propuesta sugerida tomó forma en lo que a continuación, si vosotros queréis, podéis leer.

Por José Manuel Beltrán

Las grandes ciudades tienden a dispersar tanto al individuo de la misma forma que la manada de gacelas, en su plácido reposo sobre cualquier lugar de África, huye en múltiples direcciones consecuencia de un maldito disparo. Es así que, las relaciones interpersonales se concentran –en su mayor parte, por obligación- en el trabajo.

Durante veinte cortos años –a estas alturas de mi vida, ya casi todo se me hace corto- nací, me criaron y viví en una gran ciudad. Disfruté, como todo crío, de los amigos del barrio entre los que nunca podía faltar un balón para, en cualquier descampado, destrozar nuestras casi únicas zapatillas sabedor de la reprimenda que, a posteriori, provendría de mi madre. Las chiquilladas, por no decir claramente gamberradas, nos hacían volver loco al dueño del clásico puesto de melones que, como todos los años con sus toldos envejecidos, se instalaba en las proximidades de mi bloque. Por la tarde, en cualquier momento de despiste –debidamente preparado por nuestra parte- le robábamos un melón con el que salíamos en fuga para deleitarnos de su ingesta.



El transcurrir natural del tiempo motivó un cambio radical de mis relaciones. El balón quedó en segundo plano mostrándoseme bellas figuras que, de inmediato, pasaron a ser mi atención principal: las chicas. Es así como, figurando ser un conquistador, abres mundo y descubres nuevos lugares de tu ciudad propiciando tú, con tus actos, la dispersión del individuo, o dicho de otra forma, buscas la intimidad.

El tiempo se volatiliza, los enjambres de personas se concentran en las denominadas –por aquel entonces- ciudades dormitorios y la tardanza en transportarte a tu lugar de trabajo se excede –en su ida y vuelta- tanto como tu propia jornada laboral. En tu retorno soñado al hogar ya formado, tu disfrute de la vida se concentra en apretar el mando de la televisión y tomar de la nevera una lata de cerveza. El hastío y el cansancio hacen tanta mella que, tras una cena parca en conversación, tu cuello denota dolores vulgarmente llamados “tortículis”. Te has quedado dormido sobre el sofá.

El fin de semana ha llegado. Por fin, alejado de las obligaciones diarias, disfrutarás de tu ciudad, de tu ocio. Al escuchar las propuestas: “podemos ir a la sierra o, si lo prefieres, bajar al centro al teatro”, no tardarás –en un rápido análisis- en desecharlas todas. Si decidieras ir a la sierra te encontrarías, en tu regreso, con una descomunal caravana. Si bajas al centro, no tendrás lugar dónde aparcar –ni siquiera en los parkings habilitados previo pago, todos completos- y te perderás el partido de la “tele”. Así que, darás un pequeño paseo por el barrio –ese que siempre haces y por el mismo sitio- tomarás el aperitivo en el mismo lugar de siempre, comerás en casa y te echarás la siesta para después, tras otra excusa tonta, no salir más hasta la llegada del lunes dónde, por pura obligación, te encaminarás a tu rutina.


Así, muchos, disfrutan de la gran ciudad dónde viven. Siempre la defienden cuando, en vacaciones, conocen a lugareños de otros puntos. “Es que en una gran ciudad tenemos de todo: teatro, cines, museos, espectáculos y conciertos, etc…”, hasta que el lugareño de pueblo le inquiere: “Es verdad, que suerte tienes. Pero ¿cuándo fue la última vez que tú utilizaste todo eso?”. Es así como el habitante de la ciudad grande se convierte, de inmediato, en un paleto de ciudad.

PD.- Nací, me criaron, viví y me casé en Madrid durante 22 cortos años. Nos trasladamos, ya en familia con dos preciosos retoños, a Huesca. Es allí, dónde conformé una de mis frases favoritas: “Paleto de ciudad”, pues allí descubrí todo lo que la gran ciudad me negaba. Posteriormente, y en todas y cada una de ellas, hemos disfrutado de todo lo bueno en Orense, Vigo (dónde nació mi hijo menor), La Coruña y, hasta hoy, en Marbella. De cualquier forma uno siempre debe sentirse orgulloso de sus raíces y es así como digo, cuando vuelvo a Madrid, “Este no es mi Madrid que me lo han cambiado”, aunque inmediatamente añado: “De Madrid, al cielo”.

Salud, ciudadanos.

4 comentarios:

  1. Lo has clavao José Manuel, los que seguimos por el barrio, es lo que hacemos, tomar una copa el viernes o el sábado, tras hora y media buscando aparcamiento, y el domingo, levantarnos tarde, tomar el aperitivo, comer en familia, sobremesa, siesta y partido. El teatro, el cine y la sierra, para de muy cuando en cuando, que de lunes a viernes, hay que currar. Llevo 48 años en mi barrio, y no sabes lo bonito que es encontrarte algún domingo con amigos desde niños, que vienen a comer a casa de sus padres, y pasan primero a tomarse un "botijo" con los viejos amigos. De Madrid al cielo, aunque a veces, me apetece irme a vivir a algún sitio sin las prisas ni el agobio de Madrid, pero ya llevo mi barrio y mi Madrid muy dentro, y envidio a los que un dia se decidieron por vivir mas en contacto con el campo o el mar.
    Un beso guapo

    ResponderEliminar
  2. Bonito relato querido amigo eres todo un escritor....y ademas es bueno recordar su tierra por que el que sabe de donde viene sabe a donde va...Eres grande amigo mio..un abrazo...

    ResponderEliminar
  3. Uy, sí que has dado vueltas, ciudadano!
    Pero es lo que tiene eso, que las raíces no se olvidan nunca, eh?

    Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Te invito a visitar este blog http://mandamientosdementira.blogspot.com/ de ilustraciones y textos breves realizados por mí.
    Saludos!
    Pan

    ResponderEliminar

Si has llegado hasta aquí, a mí me gustaría conocer tu opinión. Gracias, por realizarla.