sábado, 23 de julio de 2011

Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego.


por José Manuel Beltrán.

No quiso abrir sus ojos, simulando seguir encerrada en la carcasa del sueño que acababa de terminar. Aún cuando lo recordaba como placentero, un escalofrío recorrió todo su cuerpo que se desparramaba desnudo sobre la cama. Con la punta de uno de sus pies logró alcanzar la arrugada sábana desplazada en el punto más lejano de la cabecera del catre.

Fueron suficientes unos suaves tirones, en los que el dedo gordo cumplió perfectamente con su misión, para que Alicia pudiese acariciar con los dedos de su mano la ligera prenda. Encogido todo su cuerpo en estado fetal, poco tiempo pasó para sentir en su piel los primeros síntomas de placer. El escalofrío se diluía y, al escuchar el sonido de la puerta cuando se cerraba, decidió que sus ojos continuarían en la misma posición.
La habitación, decorada sus paredes con un desvencijado papel pintado, de color verde olivo, tenía como único adorno un crucifijo –por cierto bastante desnivelado de su vertical con el suelo-, curiosamente emplazado enfrente de la cabecera de la cama. Esa inclinación podría dar a pensar, a quien estuviera postrado en ella, que se ejercía una vigilancia especial sobre los hechos que allí acontecían. 

A la derecha de la puerta, según se entraba, un perchero oxidado aguantaba el escaso peso de dos perchas. Sobre una de ellas descansaba un precioso vestido de seda y encajes, donde el rosa pálido se mezclaba en armonía con el azul cielo. A sus pies, unos preciosos zapatos de tacón alto, con un aspecto que en absoluto hacían envidiar a los llamados de marca, aún cuando, sobre sus suelas, todavía descansaban las etiquetas y el precio delator pues, habían sido adquiridos en una tienda de los chinos. Encima de la única mesilla, una lamparita con un extenso cordón que subía entrelazado por el soporte del lateral del cabecero de la cama, desde el que se accedía fácilmente al interruptor. Sobre ella, perfectamente plegada, se encontraba la ropa íntima de Alicia. 

También según se entraba, a la izquierda de la puerta, se abría un pequeño hueco de no más de dos palmos de alto, que accedía al pasillo general y que era el único orificio de ventilación de la habitación. Debajo de él, un simple lavabo con un solo grifo, daba compañía a la pequeña pastilla de jabón de Heno de Pravia cuya delgada silueta daba a entender que debía ser reemplazada. Al no existir toalla, sería la sábana quien soportaría tal función, en el caso que alguien decidiera realizarse un mínimo aseo.

Unos fuertes golpes en la puerta, acompañados de un grito imperativo en tono muy desagradable, hicieron rebotar a Alicia de su cama. “Vamos, zorra, levántate ya. Necesito la habitación para otro servicio”. Alicia conocía bien las reglas. El horario debía ser cumplido a rajatabla, bajo pena de pagar una penalización por el efímero alquiler, que bien podría suponer mucho más de lo que, con suerte, podría haber recaudado.

Se enfundó, en un solo movimiento, el frágil vestido rosa pálido para, antes de colocarse los zapatos de tacón, introducir delicadamente en su bolso el sostén y las bragas que descansaban en la mesilla. Sin embargo, antes de salir de la habitación en la que, a buen seguro, alguien estaría esperando para ser de nuevo ocupada; retrocedió unos pasos e irguiéndose de pies, descolgó el crucifijo. “Estoy harta que me vigiles”, le dijo, y a continuación lo depositó en el suelo debajo de la cama.

Como todos los días, a excepción de los sábados y domingos, tomó el tranvía 27 que le dejaba cerca de casa. Era un trayecto corto, de no más de quince minutos, pero esta vez, consecuencia de su despiste y de la ansiedad acumulada, el recorrido se le hizo más largo de lo habitual. Sabía que la pequeña Tatiana, de tan solo siete años, debía tomar puntualmente el autobús escolar. No había ninguna excusa. “Tatiana. Asistir al colegio y estudiar mucho, te darán el día de mañana la oportunidad de elegir lo que tú quieras para tu futuro. Bajo ningún concepto debes faltar a clase”. Esa era, repetitivamente, la frase que Alicia machacaba a su hija.

Ya en su destino, la parada del tranvía le alejaba tan solo dos calles de su domicilio. Decidió colocar los zapatos de tacón alto junto con su ropa íntima e iniciar, con ágiles pasos que más bien se asimilaban a una carrera, un “sprint”. Miró su reloj y supo que Tatiana habría tomado el autobús. Los nervios le impedían acertar a introducir la llave en la cerradura de su vivienda. Cuando al fin lo consiguió, lanzó el bolso al sofá cercano y pasó por la cocina. “Eres un cielo, Tatiana. Te quiero”. Tomó el biberón. Dejó caer unas gotas sobre su muñeca y comprobó que estaba perfecto. Una cara de felicidad, alejada ya de la angustia, se mostró en el rostro de Alicia. Su bebé, Álvaro, de tan solo cinco meses, seguía durmiendo sobre una cuna muy artesanal. Le tomó sobre sus brazos, y antes de empezar a llorar le dijo: “Ahora, y siempre, junto con tu hermana, tú tendrás todo mi amor por el resto de los días y es que, el riesgo en el que incurro vale la pena”.  

Que insignificantes somos si no logramos comprender que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego.

JOSE MANUEL BELTRAN.  

4 comentarios:

  1. Un relato muy duro ciudadano, me has dejado con el alma "pelín jodida". Un beso guapo, ya era hora de leerte de nuevo.

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  2. Hola Isabel. Llevás razón, es muy duro pero, seguro que tú has sabido leer entre líneas. Por tanto sabes, que por mí, tu alma nunca se podrá sentir como tú dices.

    Muchas gracias por tu comentario. No sé si sabes que ahora estoy más dedicado al blog de viajes: Parada y Fonda de un viajero. Te espero allí.
    Un besazo, ciudadana.

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  3. Jo, me ha encantado. Como siempre me ocurre con tus relatos, dicho sea de paso.
    Pero tb es verdad que es una mijilla triste. Y sí, tb duro, como dice Isabel.


    Un beso, machote! Que por aquí se te echa de menos, sabes? Y aunque estés más en tu blog de viajes, éste blog tb mola, joé! :)

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  4. Hola diablillo,
    Muchas gracias, de verdad, por ser tan fiel seguidora de lo aquí escrito. No fallas ni una a pesar que yo no te correspondo de la misma manera.

    Intentaré ser un poco más asiduo en publicar y más ahora, que mi prejubilación empieza el 1 de setiembre.
    Un besazo, ciudadana

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