Todos los lunes tengo por costumbre publicar aquí el relato escrito para el Bloguecedario, dónde también colaboro. Esta vez, la palabra sugerida era: Magia. Espero que os guste y, ¡por favor! aguantar hasta el final y, desde el principio. No me hagáis trampa.
Por José Manuel Beltrán
La gran mayoría de la clase llevaba varias semanas tremendamente inquieta máxime desde que, la profesora recién llegada al centro, les había anunciado una excursión relacionada con la naturaleza. A pesar de los llantos de los primeros días, pues cada comienzo de curso se asimila más a una tragedia que a una obligación, la relajación en el aula se había conseguido en buen grado consecuencia de la simpatía que emanaba la nueva profesora. Alicia, pues ese era su nombre, trataba a los niños de una forma especial por lo que le resultaba muy fácil ganarse rápidamente su confianza. Había observado que muchos de ellos, y en mayor grado los niños y ya desde tan pequeños, tenían unas normas de convivencia y también de expresividad excesivamente rígidas. Era consciente que había podido entrar en ese centro, catalogado como el de mejor estatus de toda la ciudad, por su excelente historial académico así como por la recomendación expresa de varios miembros de la alta sociedad de la que, parte de su familia, formaba parte.
Las materias impartidas, sin que ella pudiese discutir que no fuesen beneficiosas para la formación de los alumnos, le resultaban demasiado serias para alumnos que, en muchos casos, no depositaban sus pies sobre el suelo cuando de sentarse en un sofá se trataba. El estudio de la música, los idiomas –mínimo tres-, la equitación, el protocolo, la forma de comportarse en una mesa, así como el correcto uso postural y de los cubiertos, el aprendizaje y uso de las nuevas tecnologías, unido a un continuo uso de los apellidos cuando de dirigirse a alguien se trataba –por supuesto anteponiendo el señor o señorita- haría de estos niños, con el tiempo, unos miembros más consolidados de esa clase alta a la que ya pertenecían.
¡Por fin!, llegó el día tan esperado de la excursión. El autobús se encontraba preparado para la marcha. Diligentemente, todos y cada uno de los viajeros tomaron ocupación de su asiento, ya previamente asignado y Alicia, tras el recuento obligatorio previo, dio al conductor la orden de partida. De cara a la dirección del centro el destino programado era el Museo de Ciencias Naturales pero Alicia tenía otros planes, que no desveló a nadie salvo al conductor a quién ya previamente había advertido, en total complicidad, del destino final.
Días antes, y de su propio peculio, había efectuado la compra de un total de quince camisetas, pantalones cortos, calcetines y zapatillas más apropiadas para el lugar a dónde se encaminarían. Los alumnos creyeron que se trataba de otro de los divertidos e innovadores juegos con los que Alicia les tenía acostumbrados. Dentro del mismo autobús ordenó primero que las niñas ocupasen los últimos asientos del mismo, dejando una separación de más de cinco filas con el que ocupaban los niños. Desplegó una sábana, también adquirida por ella misma, que evitaba la visión entre ambos ambientes. Y así es como, primero las niñas y después los niños, utilizando el mismo método cambiaron totalmente su vestimenta.
El autobús, bajo una atmósfera más acorde con la edad de sus componentes, hizo su entrada en el lugar pactado por Alicia notándose ya que el piso asfaltado por el que antes transitaba había modificado su aspecto por el de la tierra y la hierba. Aún cuando, en un principio, los niños parecían un poco asustados Alicia les reconfortó con unas suaves palabras. Les propuso disfrutar al máximo de esta aventura y compartirla con otro grupo de jóvenes que, en iguales circunstancias de vestimenta, habían llegado minutos antes.
La jornada, por intensa de emociones y vivencias, fue larga. Las caras de felicidad, nada habituales en un regreso que se asimilan más al cansancio, eran ilustrativas de que el objetivo que Alicia se había impuesto en total complicidad con el conductor había dado sus frutos. Sabía que un buen número de padres y madres estarían esperándoles a la llegada al centro, pues ese detalle había sido especialmente solicitado por ella. El autobús llegó con puntualidad. Al bajar del mismo, todavía con la misma vestimenta que habían utilizado en su destino, las caras de sorpresa de los familiares iba en aumento. Alicia ordenó a los niños que formaran un semicírculo para que cualquiera de ellos pudiera responder a las preguntas que, a buen seguro, les efectuarían sus padres. Efectivamente así fue y, como era de esperar, la pregunta fue unánime:
- ¿Pero hijos, de dónde venís?.
Sin que nada de ello estuviese pactado, Alicia se mostró más que satisfecha con la respuesta que, al igual que la pregunta, también fue unánime.
- Papá, mamá. Hemos visto y ayudado a nacer a un cordero; hemos ordeñado a una vaca cuyo líquido hemos bebido y estaba mucho más rico que la leche; hemos cogido unos huevos de unas gallinas que después nos hemos comido de forma diferente a como lo habíamos hecho antes; hemos visto también pollos que se movían continuamente y que eran distintos a los de Mc.Donald; hemos extraído espárragos de la tierra….. y así sucesivamente.
Pero la respuesta que más le agradó a Alicia fue la de Inés, pues siendo la misma que la de sus compañeros, solo tenía una frase añadida: Papá, mamá, yo hoy he visto MAGIA.
Por José Manuel Beltrán
La gran mayoría de la clase llevaba varias semanas tremendamente inquieta máxime desde que, la profesora recién llegada al centro, les había anunciado una excursión relacionada con la naturaleza. A pesar de los llantos de los primeros días, pues cada comienzo de curso se asimila más a una tragedia que a una obligación, la relajación en el aula se había conseguido en buen grado consecuencia de la simpatía que emanaba la nueva profesora. Alicia, pues ese era su nombre, trataba a los niños de una forma especial por lo que le resultaba muy fácil ganarse rápidamente su confianza. Había observado que muchos de ellos, y en mayor grado los niños y ya desde tan pequeños, tenían unas normas de convivencia y también de expresividad excesivamente rígidas. Era consciente que había podido entrar en ese centro, catalogado como el de mejor estatus de toda la ciudad, por su excelente historial académico así como por la recomendación expresa de varios miembros de la alta sociedad de la que, parte de su familia, formaba parte.
Las materias impartidas, sin que ella pudiese discutir que no fuesen beneficiosas para la formación de los alumnos, le resultaban demasiado serias para alumnos que, en muchos casos, no depositaban sus pies sobre el suelo cuando de sentarse en un sofá se trataba. El estudio de la música, los idiomas –mínimo tres-, la equitación, el protocolo, la forma de comportarse en una mesa, así como el correcto uso postural y de los cubiertos, el aprendizaje y uso de las nuevas tecnologías, unido a un continuo uso de los apellidos cuando de dirigirse a alguien se trataba –por supuesto anteponiendo el señor o señorita- haría de estos niños, con el tiempo, unos miembros más consolidados de esa clase alta a la que ya pertenecían.
¡Por fin!, llegó el día tan esperado de la excursión. El autobús se encontraba preparado para la marcha. Diligentemente, todos y cada uno de los viajeros tomaron ocupación de su asiento, ya previamente asignado y Alicia, tras el recuento obligatorio previo, dio al conductor la orden de partida. De cara a la dirección del centro el destino programado era el Museo de Ciencias Naturales pero Alicia tenía otros planes, que no desveló a nadie salvo al conductor a quién ya previamente había advertido, en total complicidad, del destino final.
Días antes, y de su propio peculio, había efectuado la compra de un total de quince camisetas, pantalones cortos, calcetines y zapatillas más apropiadas para el lugar a dónde se encaminarían. Los alumnos creyeron que se trataba de otro de los divertidos e innovadores juegos con los que Alicia les tenía acostumbrados. Dentro del mismo autobús ordenó primero que las niñas ocupasen los últimos asientos del mismo, dejando una separación de más de cinco filas con el que ocupaban los niños. Desplegó una sábana, también adquirida por ella misma, que evitaba la visión entre ambos ambientes. Y así es como, primero las niñas y después los niños, utilizando el mismo método cambiaron totalmente su vestimenta.
El autobús, bajo una atmósfera más acorde con la edad de sus componentes, hizo su entrada en el lugar pactado por Alicia notándose ya que el piso asfaltado por el que antes transitaba había modificado su aspecto por el de la tierra y la hierba. Aún cuando, en un principio, los niños parecían un poco asustados Alicia les reconfortó con unas suaves palabras. Les propuso disfrutar al máximo de esta aventura y compartirla con otro grupo de jóvenes que, en iguales circunstancias de vestimenta, habían llegado minutos antes.
La jornada, por intensa de emociones y vivencias, fue larga. Las caras de felicidad, nada habituales en un regreso que se asimilan más al cansancio, eran ilustrativas de que el objetivo que Alicia se había impuesto en total complicidad con el conductor había dado sus frutos. Sabía que un buen número de padres y madres estarían esperándoles a la llegada al centro, pues ese detalle había sido especialmente solicitado por ella. El autobús llegó con puntualidad. Al bajar del mismo, todavía con la misma vestimenta que habían utilizado en su destino, las caras de sorpresa de los familiares iba en aumento. Alicia ordenó a los niños que formaran un semicírculo para que cualquiera de ellos pudiera responder a las preguntas que, a buen seguro, les efectuarían sus padres. Efectivamente así fue y, como era de esperar, la pregunta fue unánime:
- ¿Pero hijos, de dónde venís?.
Sin que nada de ello estuviese pactado, Alicia se mostró más que satisfecha con la respuesta que, al igual que la pregunta, también fue unánime.
- Papá, mamá. Hemos visto y ayudado a nacer a un cordero; hemos ordeñado a una vaca cuyo líquido hemos bebido y estaba mucho más rico que la leche; hemos cogido unos huevos de unas gallinas que después nos hemos comido de forma diferente a como lo habíamos hecho antes; hemos visto también pollos que se movían continuamente y que eran distintos a los de Mc.Donald; hemos extraído espárragos de la tierra….. y así sucesivamente.
Pero la respuesta que más le agradó a Alicia fue la de Inés, pues siendo la misma que la de sus compañeros, solo tenía una frase añadida: Papá, mamá, yo hoy he visto MAGIA.
jolin...que relato mas bonito querido amigo...a mi me ha encantado las formas de esta profesora...y si es magia como lo son todos tus relatos...un abrazo doñito
ResponderEliminarUn relato precioso Jose Manuel. Dulce en todo su desarrollo...es Magico. besos
ResponderEliminarSupongo que la magia esta en los ojos del que mira,los niños tienes esa facultad y me parece que en este caso ver un cordero nacer es mágico.
ResponderEliminarLos educadores,tienen que saber motivar a los alumnos para que aprender sin que les resulte aburrido,me parece que Alicia lo hace fenomenal.
A veces nos empeñamos en que los niños están tan intelectualmente preparados, sin pensar que son niños y que deben disfrutar con cosas sencillas aunque aprendan como es este caso.Un 10 para la profe y otro para ti.
Un besito.
ME ENCANTA LA FOTOGRAFÍA DE PUERTO BANÚS.
Esas personas son las que perduran en la memoria de los alumnos. Quien no recuerda aquel profesor que explicaba la historia como si la hubiera vivido o el que explicaba las tablas de los elementos que hacía que nos pareciera aburrida.
ResponderEliminarEso es VOCACIONAL!!
Muy bonito CIUDADANO
Me ha encantado esa frase final!! MAGIA pura MAGIA..
ResponderEliminarGenial relato ciudadano!
Un beso.
Qué bien escribes, ciudadano!! Da gusto leerte.
ResponderEliminarAlijodos:
ResponderEliminarGracias, amigo. La representación, en el relato, está encarnada en la profesora y en su final, en los alumnos. Pero ¡son tantos los que no han pasado por esta experiencia!. Me alegro que te haya gustado.
Un abrazo, ciudadano.
Winnie:
Gracias por tus palabras, también mágicas.
Geni:
Bueno, la profe merece un diez no diría que yo tanto. Comparto totalmente lo que has escrito. Fíjate que el relato se inicia con una crítica hacia esas costumbres de "alta sociedad" pero que después -al hilo de la trama- se expande a todos los niveles sociales. Me alegro que te haya gustado.
Un beso, ciudadana.
Azu:
Son muchas las cosas que se efectúan por vocación y, generalmente, son las que mejor salen aunque no se aprecien por todos. A veces pienso que tantos adelantos técnicos lo único que hacen es retrasarnos como personas.
Gracias por tus palabras, ciudadana. Un beso.
Alma máter:
Tú si que eres genial ciudadana. Bueno, como parece que te ha gustado, gracias a mi magia te deseo la mayor de las felicidades.
Un beso, ciudadana.
Jo, me ha encantado, Ciudadano!
ResponderEliminarYo tb tuve algún profe que hacía magia en clase, allá en mis años de instituto, sí.
De hecho, todavía tengo contacto con él.
:)
Muchos besos!!
Aquí estoy, querido José! Mejor recibimiento que este fabuloso relato no pude haber tenido.
ResponderEliminarUn cuento elaborado, con detalles, leyendo me fui deslizando por los renglones hasta llegar al final. Y si, es verdaderamente MÁGICO!!
Muchas gracias por tanto afecto.
BESOTES CIUDADANOS!
Lourdes:
ResponderEliminarGracias, diablillo. La magia siempre se conserva y por eso es fácil de recordar, como tú lo has hecho. Un besazo, ciudadana.
Stanley:
¡Bueno!, el recibimiento que tú te mereces. Me alegra que hayas aguantado hasta el mágico final. Un abrazo, ciudadano.
qué profe más buena les enseñó de las cosas más bonitas de la vida, los pobres niños siempre sujetos a normas tan estrictas... besos
ResponderEliminarTe otorge un premio pero veo que no lo viste...cuando quieras lo recojes...es de un post anterior...saludos ciudaddano...
ResponderEliminarEsther:
ResponderEliminarCuando somos jóvenes todas las normas nos pueden parecer estrictas, salvo que alguien sepa explicarnos adeucadamente el por qué.
Un beso, ciudadana. Gracias por tu comentario.
Alijodos:
Muchaaaaas gracias. Sabes que por falta de tiempo no he podido acudir a todos vuestros sitios. Perdóname por este error y ya mismo paso por allí. Gracias, ciudadano.
Es que a los niños, aunque sean "pijos", si les enseñas las cosas sencillas de la vida, las que no vienen enpaquetadas, las que son naturales, a veces, hasta les gusta. Un relato muy bonito. Un beso
ResponderEliminarTú sí que eres magia cielo. Tu sensibilidad se refleja en tus relatos y el alma de niño que llevas dentro lanza destellos de amor por las cosas sencillas de la vida.
ResponderEliminarBesitos cielo
Sí, la magia de la vida nos sigue sorprendiendo, da igual la edad que tengamos. Alguna vez deberíamos de acercarnos a la naturaleza para observar estos milagros que nos regala la vida. Muy buine contado. Esta tarde le diré a mi hijo que lea el relato.
ResponderEliminarUn beso ;)
Isabel:
ResponderEliminarLlevas razón. No debemos enclaustrarnos en la burbuja para vivir nuestro mundo y, de la misma forma que está más rico un zumo natural que no envasado; pasa lo mismo con el resto de las cosas. Un besazo, ciudadana. Me alegro que te haya gustado.
Nuria:
Alma de niño.. que bonito. Pero ¿solo el alma? Si yo soy un niño de pies a cabeza jaja.Un beso, cariño. Muchas gracias.
Anabel:
Gracias por hacer que el relato pueda ser compartido por otro lector. Espero que le guste. Observar y disfrutar de la naturaleza es vivir la vida tal y como es y si tenemos en cuenta que hay más cosas bonitas que feas entonces estaremos en la senda de la felicidad.
Un beso, ciudadana escritora. Gracias spor tus palabras.