Paraolímpicos

Por José Manuel Beltrán

Cada cuatrienio, una marea de elegidos deportistas de todo el globo se concentran en un determinado lugar, previamente acordado, para mostrar al resto de los ciudadanos del planeta que ellos también son merecedores de reconocimiento. Su paseo de presentación alrededor de una pista de tartán, previamente engalanada para la ocasión, no cumple con los patrones de lo que, utilizando un símil del ejército, sería una perfecta formación. En muchos casos, su andar es diferente. Mientras que unos lo efectúan por sus propios medios, otros, deben valerse por máquinas cada vez, por suerte para ellos, más sofisticadas.


La tradición, con grata conformidad por su parte, asigna como recompensa y reconocimiento máximo un total de tres medallas. Se dice, y yo creo que es así, que ese simple pedazo de metal conforma la máxima aspiración de un deportista por la práctica competitiva en su especialidad. Sin embargo, son muchos más los participantes. Independientemente de su orgullo, aquellos que no alcanzan esa gloria, tienen motivos más que suficientes para sentirse plenos de felicidad.

En este país que todos conformamos, al más puro estilo quijotesco, nos empeñamos en lo grandilocuente. Nos interesa construir grandes molinos para, inmediatamente después, tratar de derribar nuestra propia obra. Las críticas y la envidia para el que consigue lo máximo vienen a ser los bálsamos de nuestros propios fracasos.

La totalidad, sin excepción, de los seleccionados para este evento no buscan un bálsamo en su fracaso, sino más al contrario, su recompensa personal. Una satisfacción íntima, al conocer de ellos mismos que son capaces de demostrar que las incapacidades propias son menores de las que, otros, presumimos no tener.

Somos una potencia mundial, y así lo demuestran, ellos, en cada una de las citas paraolímpicas. Pero, a pesar de faltar todavía mucho tiempo para la próxima, me gustaría compartir con los lectores, ¡ ahora y no dentro de unos años! , el reconocimiento a la valentía; al entusiasmo; al afán de superación; a las ganas de vivir; de saberse útiles; al sentimiento generalizado de que ellos, los mermados de alguna capacidad, nos demuestran, en muchas ocasiones, que sus incapacidades son menores de las que, los que nos llamamos capacitados, realmente demostramos.

Salud, ciudadanos paraolímpicos.